Capítulo 9

161 35 79
                                    

Ahí estaba Sergio, con la maldita vecina, todos sus amigos y otras mujeres

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Ahí estaba Sergio, con la maldita vecina, todos sus amigos y otras mujeres.

—Vamos nena, vayámonos —decía Davide en el oído, tratando de llevarme a la salida, pero yo, al contrario, me encaminé a la barra de nuevo y tras pedir tres chupitos que me los tomé sin titubear mientras Davide me observaba incluso si se podía, más serio que antes.

—¿Qué pasa Toya? —preguntó Marcos acercándome a él, intuía que algo me pasaba.

Hace años que trabajábamos codo a codo y habíamos llegado a conocernos lo suficiente para saber como actuábamos en un caso de furia y a mí, en esos momentos, se me daba por beber hasta casi quedarme con un agujero en el estómago.

Señalé con mi mentón para donde estaba Sergio, con una afroamericana a los besos, sin siquiera un poco de remordimiento y se lo veía tan... feliz.

Marcos me miró con tristeza e incluso furia. Las que siguieron su mirada fueron Macarena y Paola, que me observaron con la misma mirada, compasión y que furia la mía, maldita sea. Sorprendentemente, no eran celos, solo furia.

Me despedí de todos, alegando que no necesitaba estar ahí y verlo; las chicas dijeron que podíamos ir a otro lado, pero mi noche ya estaba arruinada.

Me di media vuelta y me encaminé a la salida, a mitad de camino sentí unas cálidas manos en mi cintura y tan solo darme vuelta, ví a Davide muy cerca de mi cuerpo, guiándome a la salida; sentí el tacto reconfortante, y eso me daba miedo.

Al salir me pidió que me suba al auto y yo me negué.

—Tomaré un autobús, no te preocupes por mí.

El alcohol, más el tenue frío de la noche, habían hecho que el efecto del alcohol sea el doble de fuerte y ya hasta veía dos Davide, y no me molestaba ver dos de él.

¿Había dos Davide's?

—No te dejaré sola, alcoholizada, enojada y mucho menos así como estás vestida —decretó, señalando mi cuerpo y yo tiré de las costuras del corto vestido un poco más por debajo.

Me quejé como niña pequeña, pero no había quién pudiese llevarle la contraria.

Cuando quise refutar algo, ya estaba subida en su BMW y encaminándonos a quien sabe donde, porque ese no era el camino a mi casa.

No puedo negar que me alivió porque no quería llegar a casa, entrar ahí y que me cayera el baldazo de agua fría.

Sin querer, unas lágrimas caían por mi mejilla y mi pecho se agitaba con dolor, estaba llorando a moco tendido otra vez frente a este hombre con el que últimamente estaba cada vez que caía.

Recuérdame, Antonia [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora