Capítulo 3

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Un intenso calor inunda mi cuerpo. Estiro las extremidades superiores e inferiores para moverme del sitio, pero notocómo algo me retiene. Al abrir los ojos, me encuentro enuna cabaña de madera, como la que hemos dejado atrás. Sinembargo, estoy seguro de que no es la misma, simplementeparecida. Las llamas de la chimenea son el foco de aquel calorexagerado, y el estar cubierto por diversas mantas no ayuda asofocarlo. 

A mi derecha, un hombre y una mujer, sentados en unostaburetes bajos de madera, me miran sonrientes, por lo queretrocedo un poco hasta apoyarme en el cabecero de la cama,quedando sentado en la misma. 

El hombre viste unos pantalones cargo beige y una camisade cuadros rojos, con rayas azules. Es muy parecida a las camisas de leñadores, pero esta tiene algo especial en una de lasmangas; un parche con un extraño símbolo de, posiblemente, alguna comunidad. Unas botas de piel de serpiente y unsombrero de vaquero, uniforme, complementan su atuendo. 

Por su parte, la mujer, con un pelo canoso y enmarañado,aunque recogido en un moño. Ella porta un vestido gris, conun delantal blanco como añadido. No parece haber sido demasiado utilizado, ya que apenas está manchado. 

Calculo que han de tener, a ojo, unos setenta años, aproximadamente, aunque se les ve bastante vitales. Enérgicos. 

Ladeo la vista y veo a Jen entre más mantas, pero quieta.Trago saliva y, cuando voy a poner mis manos sobre ella paracomprobar si está viva, el hombre me detiene. 

—Espera, tranquilo. Solo está dormida —susurra él, con lamisma voz tosca que había escuchado antes. 

Entrecierro los ojos y alzo la cabeza, inseguro, pero mecalmo al escuchar a la mujer. 

—Caísteis por la cascada del río, y quedasteis inconscientes en el agua. Os rescatamos y os trajimos aquí para entraren calor. Estabais helados —explica ella, con una voz mástranquilizadora. 

—Yo... 

Echo un vistazo bajo las mantas y me veo desnudo, a excepción de la ropa interior, que es la única prenda que llevo. 

—¿Dónde está mi ropa? —pregunto, todavía confundido. 

—Secándose. Os desvestimos para poder meteros en lascamas, pero no temáis. Ahora están junto a la chimenea, ¿loves? —responde, señalando hacia nuestras vestimentas. 

Mi vista se vuelve más nítida y consigo visualizar la ropa,asintiendo. Me arropo con las mantas a pesar del calor y bajola cabeza. 

—Gracias —me limito a decir, avergonzado. 

La mujer sonríe y el hombre niega con la cabeza, reprimiendo una carcajada. Él, se levanta y camina hasta la chimenea, para palpar mi ropa después. 

—Está seca, así que puedes vestirte ya. Llevas durmiendohoras. 

—¿Y ella? —pregunto, mirando al hombre, y luego a lamujer, en referencia a Jen. 

—Tranquilo, se recuperó antes, y despertó hace una hora. Todavía sentía frío y le di un té caliente. Ahora está descansando —responde la señora. 

—Por cierto, bonito tatuaje —añade el hombre. 

Resoplo y parpadeo un par de veces antes de mirar mi antebrazo derecho. Mi tatuaje resplandece con fuerza ante la luzde la chimenea. Paso mi mano izquierda por la zona tatuaday sonrío, aunque el antebrazo está algo inflamado. Debe serpor el hematoma. El dibujo, conformado por dos triángulosisósceles invertidos, como si fuera un reloj de arena, con dosbarras verticales sujetando ambas formas geométricas. 

—Gracias. Mi padre me lo diseñó. 

—Es muy original. ¿Y dónde está él? —pregunta el hombre. 

El mundo oscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora