Capítulo 11

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Pasamos el letrero y la ciudad se erige ante nosotros, infinita; llena de edificios abandonados, vehículos accidentados, humaredas y otros cuantos desastres. En absoluto es lo que esperábamos (al menos yo), aunque sí lo que temíamos, la realidad es la misma que la que dejamos atrás un año antes.

No nos separamos en ningún momento, sino que avanzamos por las primeras calles con un paso lento, solemne, mirando a ambos lados, hacia las construcciones, establecimientos y demás, en busca de algún superviviente o similar.

Pero no hay nada de eso.

Puede que, al fin y al cabo, el resto del mundo esté así, o esta ciudad sea una de las gravemente afectadas por los atentados y no haya sido reconstruida o repoblada. No tardamos en ver algún que otro cadáver tendido en la calzada, en las aceras, o incluso en el interior de vehículos. Todo esto es un caos.

Jen respira fuertemente, y baja la vista hacia sus pies para evitar seguir mirando. Tanto ella como yo ya habíamos visto este panorama antes, pero sé que Jen prefiere no recordarlo.

—Me da miedo que pueda haber terroristas aún —afirma, mirándome.

—A mí también, Jen, pero no sabemos si los hay o no. Puede que se marchen cuando acaben con las ciudades. Tú y yo sabemos que atacaban y después marchaban a otro objetivo.

—Confío en que este sitio lleve así mucho tiempo.

Estiro mi brazo izquierdo, el que tengo más dolorido desde que aquel Oscuro me lanzase por los aires, con el plus de los choques que tuve en la riada, y la posterior caída al barro, e intento no pensar en ello.

Unas palomas, que se apoyan sobre el techo de un coche deportivo rojo siniestrado, cuyo ocupante tiene medio cuerpo fuera del vehículo, salen volando en dirección a una farola ubicada en el otro lado de la calle. Alzo las cejas al verlas y, pensando en lo que puede aparecer, saco el arco y lo sostengo con la mano derecha, mientras Jen y yo seguimos avanzando.

Nos detenemos en seco al llegar al final de la calle, cuyo camino solo podemos proseguir por la derecha o por la izquierda, aunque la calle es la misma, Litbell Street.

Decidimos tomar el camino derecho, continuando por allí.

El sol se alza sobre nosotros, pero no es lo suficiente cálido como para llegar a abrasarnos. Al fin y al cabo, estamos en el ecuador de la primavera, y el clima por aquí es cambiante. Tal y como sufrimos en el bosque, puede ponerse a llover en cuanto dos nubes decidan impactar entre sí.

Litbell Street no está tan destrozada como la calle anterior, aunque también tiene lo suyo.

Lo más seguro es que la gente que quiso huir a la carretera que da al bosque, muriera en el intento. Los terroristas estarían esperando en los límites de la ciudad, al acecho.

A pesar de pasar por el cruce con otras calles, seguimos hacia delante, sin rumbo. No tengo claro qué espero encontrar, pero supongo que lo mejor es continuar. No hay otra.

El ejército implantó refugios médicos para los civiles, y tanto Jen como yo llegamos a pasar por ellos en alguna ocasión, pero los abandonamos porque no eran aptos para su permanencia. Daban recursos, y estaban protegidos por numerosos soldados, nada más.

Un cartel gigante, aunque algo deteriorado, se planta firme en uno de los tejados del edificio que tenemos a nuestra izquierda.

Entrecierro los ojos para leer lo que pone, y consigo entenderlo, finalmente: "Industrias Karel Andersen".

Junto al logo de la compañía, la imagen de Karel Andersen aborda una gran parte del cartel. Este hombre, conocido por su industria tecnológica, fue el fundador de los Limpiadores, antes de que fueran reprogramados y destruyesen una buena parte del planeta unidos a los terroristas.

El mundo oscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora