Capítulo 4

4 1 0
                                    

Quince ramas cortadas. Se me ha hecho eterno. Apenas siento mi brazo derecho, con el que domino la lanza, y mi hombro también está resentido por el esfuerzo. Junto todo el bambú sesgado y lo recojo con la mano libre, aprisionando las ramas para compactar el total. Estiro la espalda con lentitud, escuchándola crujir un par de veces para, a continuación, caminar hacia Thomas, con toda la parsimonia.

Está dormido.

Parece ser que se ha cansado de esperar y, para evitar el aburrimiento, ha decidido echarse una cabezadita. Ruedo los ojos y golpeo suavemente la pierna derecha del hombre con la punta de mi bota izquierda, para despertarle sin brusquedades. Tarda un poco en reaccionar, pero, cuando lo hace, se levanta la visera de su sombrero y me mira, con cara de felicidad, al comprobar que ya tengo el bambú suficiente como para fabricar el arco.

—Te ha costado, pero lo has conseguido. Bravo —dice, carraspeando, mientras se levanta de su asentamiento.

Comenzamos a caminar a través de una nueva senda. Fijándome bien, puedo comprobar que el suelo por aquí está bastante más marcado que por los alrededores. Thomas y Rose debieron marcar ciertos caminos para saber cómo moverse por los alrededores de la cabaña sin perderse.

—Sí. ¿Qué tal la siesta a la intemperie, Thomas? —pregunto, bromeando, a la vez que le entrego su lanza.

—No me puedo quejar. Pensé que me moriría de tanto esperar y al final decidí relajarme un rato. Hemos ganado los dos, tú bambú y yo el tener menos sueño.

—Pensaba que los militares tenían más aguante, qué decepción —comento, aun bromeando.

—Y es cierto, hasta que los militares se retiran y llegan a cierta edad. Es entonces cuando ya aguantan menos por muy firmes que se les vea. Si por mí fuera, no dormiría jamás, pero mi cuerpo no me lo permite a estas alturas de la vida. Recuerdo aquellos tiempos de mozo en los que me pasaba las noches enteras despierto.

Noches enteras despierto. Eso es lo que hacía yo cuando la guerra no empezó. Me tiraba horas y horas de madrugada frente al ordenador portátil, o escuchando música, o soñando despierto. Siempre tenía algo que hacer. Recuerdo las veces en las que me entraba hambre y debía caminar con cautela por la casa para no despertar a nadie. Esos tiempos eran buenos, todo era bueno antes. ¿Qué me queda ahora de la antigua vida además de Jen? Pues la verdad es que nada.

Tales pensamientos me impiden contestar y me limito a asentir, forzando una breve sonrisa para evitar preguntas de interrogatorio. Sé que Thomas no se metería en mi vida, no solo porque no le conozco, sino porque es alguien más seco, aunque tenga sus momentos divertidos. Rose, por el contrario, tiene un papel de madre, se ve que siempre lo ha sido. Nosotros no hemos cambiado a nadie, ni mucho menos.

Sus hijos habían sido asesinados, y con solo pensarlo se me eriza la piel. Es duro, muy duro. Alguien que va a notificarte del fallecimiento de tus propios hijos a casa, o enterarse por la prensa. Ni lo sé, ni quiero saberlo. No creo que fuera cómodo que te preguntaran algo así en frío. Creo que nuestra llegada les ha devuelto ese rol de padres que tenían con ellos, lo que me gusta. Pero tarde o temprano, nos iremos, y no quiero que sufran otra pérdida, así que deberemos evitar que se encariñen demasiado de nosotros.

Hemos de seguir nuestro precipitado camino.

—Una pregunta, Thomas, y sintiendo el cambiar de tema, ¿caminamos por aquí por alguna razón en particular? He visto que esta tierra éste tramo de tierra parece marcado por la huella del hombre, y está más agitado que las zonas contiguas. Se puede ver en la sequedad de la hierba, por ejemplo. ¿Es una forma de guiarte por el bosque?

—¡Por supuesto! En el ejército, las llamamos sendas vitales. Nos ayudan a avanzar por el terreno sabiendo que es el ideal, y así evitamos pisar minas o trampas terrestres. Buen ojo.

El mundo oscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora