Capítulo 19

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ARTHIT

Arthit tenía veintidós años. Veintidós era la edad suficiente para conducir, para votar y para beber. Tenía la edad suficiente para que acabara de obtener un título universitario.

Tenía la edad suficiente para enterarse de las cosas.

Languideciendo en su cama, Arthit toqueteó su teléfono buscando una distracción fácil. Nada le llamaba la atención. Ninguno de los juegos que tenía instalados valía la pena jugarlos y estaba demasiado tenso para navegar por internet a lo tonto.

Así que, esperando que saliera bien, hizo una llamada. Todavía era temprano y Arthit no esperaba demasiado, pero si no hacía nada, nunca se sentiría mejor. Necesitaba exteriorizar sus pensamientos y hablar con alguien ajeno a la situación, alguien que le ofreció un buen consejo antes.

Una voz adormilada contestó.

—... ¿Hola?

—Siento llamarte tan temprano, Bright, pero sabes que no lo haría a menos que fuera importante.

—Uh huh. —Em bostezó. —Todavía no he abierto los ojos. ¿Qué hora es? He tomado y he respondido al teléfono solo para que dejara de sonar.

—Siete de la mañana.

—Mierda, Arthit.

—Ya me he disculpado. —Arthit frunció el ceño. —Sé que no es lo ideal, pero te he hecho cosas peores, y realmente te necesito ahora mismo.

La línea se quedó muerta por un segundo. Arthit imaginó que Bright se estaba estirando. Pasado el segundo, contestó.

—De acuerdo, tienes toda mi atención. Incluso he abierto los ojos por si acaso tengo que interpretar mensajes de texto difíciles de comprender como si fuéramos chicas de secundaria.

Arthit frunció los labios.

—¿Cómo sabes que es algo sobre las relaciones?

—Porque, ¿cuándo me has llamado para contarme problemas del bebé? —Bright soltó una risita. —Estoy haciendo café. Si sueno atareado es porque estoy haciendo eso. Mientras me preparo, cuéntame que es lo que pasa. No tengas miedo de ser demasiado gráfico. Soy inmune a cualquier cosa extraña y asquerosa que venga de ti.

—Me acosté con Kongpob, —soltó Arthit.

—¿Quieres una medalla?

—No. —Arthit frunció el ceño. —Me acosté con él, y entonces esta mañana estaba todo raro y cerrado en sí mismo. Parecía dolido, como si hubiera cometido un error y no supiera como darme la patada en el culo y tirarme a la calle.

—Bastante difícil cuando estáis viviendo en la misma casa, supongo. — Hubo un ruido en la distancia desde el lado de Bright. —¿Mereció la pena?

Arthit se volvió rojo.

-¿Qué?

—¿El sexo mereció la pena? Quiero decir, ¿fue ardiente? ¿Él hizo que te corrieras, o tuviste que hacerte un apaño después de que se quitara de encima y cayera dormido?

Arthit cerró con fuerza los ojos y se frotó la cara.

—Lo bueno que fuera el sexo no es lo que importa. No me hubiera importado si hubiera tenido la polla más pequeña del mundo y no la pudiera poner dura. Estoy molesto porque lo quiero. Lo quiero para algo más que una aventura de una noche.

—Fiebre del daddy — Bright suspiró. —Vale. De acuerdo. Así que asumo que el sexo fue bueno y que está bien equipado, y que ya has decidido lo que quieres de él. Así que, entonces, mi siguiente pregunta es: ¿Qué es lo que te detiene de conseguirlo? ¿Por qué no estás de rodillas rogando chuparle la polla si solo eso consigue que se arreglen las cosas?

Vida de PapáDonde viven las historias. Descúbrelo ahora