Capítulo 9

493 86 7
                                    

KONGPOB

Ninguno de los mensajes de texto que Kongpob envió ese día llegaron al teléfono de Arthit, ni ninguna de sus llamadas. Incapaz de volver a casa, Kongpob hundió la nariz en su trabajo e hizo todo lo posible para evitar al gran jefe. Con sus emociones completamente revueltas por el teléfono repentinamente desconectado, no podía tolerar una confrontación. Si Warut le echaba el aliento una vez más sobre el presupuesto trimestral o los planes para el próximo año financiero, Kongpob explotaría.

Las horas se arrastraron. Surgió una complicación y Kongpob se la encontró tirada sobre su escritorio. Las cinco de la tarde llego y sus mensajes de texto todavía no encontraban destinatario.

Poco después de las ocho, Kongpob salió de la oficina. Media hora más tarde, se detuvo en el camino de entrada. Como de costumbre, la luz de la sala estaba encendida. Respiró aliviado y se dijo a sí mismo que todo estaba bien. Tal vez durante su paseo, a Arthit se le había caído el teléfono al agua, o lo había dejado en la bolsa de pañales y se le había acabado la batería. Por lo que parece, Kongpob se había pasado todo el día preocupándose por nada.

Ser padre era más difícil de lo que había imaginado, aunque solo fuera porque nunca se había preocupado por nadie ni la mitad de lo que se preocupaba por Dae. Pero no era solo el bienestar de Dae lo que le preocupaba. Kongpob también estaba preocupado por Arthit.

Salió del coche y abrió la puerta principal.

—Soy yo, —Kongpob dijo mientras abría la puerta. —Te habría enviado un mensaje para dejarte saber que estaba de camino a casa, pero... — Kongpob dejó de hablar. Estaba ahora parado en el pasillo, encarando la sala de estar. Como otras muchas noches, Arthit estaba tumbado todo lo largo que era en el sofá. La televisión estaba baja. Dae dormía en su hamaca de bebé.

Pero esta noche, Arthit estaba durmiendo también.

Con el pijama puesto, profundamente dormido, apretaba un cojín contra su pecho. La cinturilla del pantalón del pijama había bajado hasta sus caderas y su camiseta se había levantado un poco. Su cabello estaba revuelto por el sueño.

En silencio, Kongpob cerró la puerta principal y echó el pestillo. Fue a comprobar el horno y descubrió que estaba apagado, sin comidas calientes manteniéndose en el interior. En la nevera había una ensalada de tamaño individual cubierta con una envoltura de plástico, esperándolo.

Kongpob sonrió.

Tomo una cerveza de la puerta del frigorífico y retiró la tapa de la botella. El primer sorbo le refrescó desde la garganta hasta el estómago, y dejó ir el estrés del día para abrazar el fin de semana. Luego, sintiéndose culpable por mirar, regresó a la sala de estar para tratar de despertar a Arthit. Si estaba así de cansado, realmente había dado un paseo extenuante, pero estaría mucho más cómodo durmiendo en su cama que en el sofá.

—Hey. —Kongpob dejó la cerveza en la mesita de café, luego se acuclilló al lado del sofá para dar un toquecito en el brazo de Arthit. —Te has dormido en el sofá. Despierta. Vas a estar mucho más a gusto si te acuestas en la cama, ¿no crees?

Arthit suspiró dormido y soltó el cojín que estaba sujetando. Este cayó al suelo. Kongpob lo recogió y lo puso en el sofá, luego frotó un brazo de Arthit para espabilarlo.

—Arthit, despierta.

—Uhmn, —Arthit balbuceó.

—Estás dormido, Arthit. Despierta.

Arthit apenas abrió los ojos. Se estiró, los brazos y piernas estaban rígidos, luego se relajaron abruptamente. Kongpob siguió frotando suavemente el brazo de Arthit, animándole a abrazarse a la consciencia.

Vida de PapáDonde viven las historias. Descúbrelo ahora