La planta de los sueños (cuento)

6 1 0
                                    

Érase una vez del otro lado de las gruesas enredaderas con hermosos colores violáceos y azulados el Mystice Paradisum. Un lugar aislado de los errantes, lleno de seres místicos que han nacido con dotes extraordinarios, dotes que solo hacen su aparición si el portador queda suspendido entre la vida y la muerte.

Éste se dividía en cuatro categorías y en ellas se encontraban los Hechiceros, que de igual forma eran divididos por razas; Màvros y Lefkò, ambas consumidas por el deseo de poder, pues mantenían una guerra interminable que solo los Dioses sabían cuándo iba a terminar.

Jinrin pertenecía a los Màvros, era una hechicera demasiado curiosa -para su propio bien-, que viajaba por todo el territorio buscando su chispa. Divagaba triste por las partes donde ningún Màvros se atrevía a pasar por temor a ser ejecutado por algún Lefkò.

-¿Cuándo terminará? -Se preguntaba cada vez que veía un hechicero de la raza opuesta flotando por el río de Neráia-. ¿Cuándo encontraré mi chispa? -preguntaba cuando dejaba fluir los sentimientos negativos. Se sentía perdida. Todos dentro de la escuela para Màvros ya la habían encontrado y ella... ella aún sentía que no pertenecía a ese mundo. Ni siquiera recordaba porqué había llegado al lugar donde no se conocía ni el nombre de las plantas.

Un día mientras caminaba por las orillas del río sintió una energía extraña que se aproximaba hacia ella. Sabía bien que no se trataba de un Exapátisis, esos seres mitad pescado no se percibían por energías, sino por los hermosos cantos y remolinos que creaban al pasar.

Solo los Hechiceros se reconocían mediante ellas, sin embargo nunca en su vida había sentido una similar. Entonces cayó en la cuenta que se trataba de un Lefkò, en su raza no existía una energía tan liviana y electrizante.

Jamás había conocido a un Lefkò; sus padres decían que eran seres diabólicos con cuerpos puntiagudos que solo pensaban en matar.

A Jinrin le daba cierta curiosidad conocer más sobre ellos. Le parecía demasiado irónico el hecho de que manejaran magia blanca, pero actuarán como salvajes. Al no tener chispa, no tenía energía perceptible para otros, así que que, cuando sintió que el Lefkò estaba a punto de llegar se escondió detrás de una planta sin nombre, que con sus ramas y hojas creaba una especie de cueva.

Esperó y esperó, hasta que divisó los pies más hermosos dentro de todo el Mysum, después, al alzar la vista se topó con un ser tan pálido como las nubes en primavera y unos ojos color arcoíris que la hicieron cuestionar su cordura. El Lefkò llevaba unas ropas claras y holgadas que dejaban a la vista figuras intangibles tatuadas en su pálida piel.

Él al verla se sobresaltó, pues creyó que se encontraba solo. De inmediato sacó una espada y le dijo:

-Lo siento. Deseo terminar con la guerra, pero si intentas algo, me temo que tendré que luchar.

-¿Por qué? Ni siquiera te he atacado -ella se acercó a él un poco y le tendió su mano-. Soy Jinrin Màvros, ¿Quién eres tú?

-Soy Hanna Lefkò -respondió dudando-. ¿Por qué no huyes, sabes que podría matarte?

-Si quisieras matarme, lo habrías hecho sin disculparte -bajó la mano que Hanna acababa de ignorar y continuó-, además, un ser tan peculiar no podría matarme.

-¿Acaso me topé con una asesina ególatra?

-El único que tiene una espada aquí, eres tú.

Hanna al percatarse de ello guardó la espada torpemente. Jinrin al dar por sentado que no corría ningún tipo de peligro, salió de la pequeña cueva y se sentó en la orilla del río.

-Mencionaste terminar con la guerra, ¿Cómo piensas hacerlo?

Él se sentó a su lado y se quedó observando cómo un par de hadas Narà-neró se sorprendía al verlos juntos.

-Soñando -zanjó decidido-. Todo es posible si lo sueñas y anhelas.


Jinrin al escucharlo comenzó a reír.

-¿Sabes cuánto he anhelado y soñado mi chispa? Y no ha llegado, no esperes que la guerra termine solo soñando.

Él volteó a ver a la mujer de ojos azul eléctrico que mordía sus uñas con impaciencia. No supo cuánto tiempo estuvo analizando su piel amarilla cubierta de perforaciones, tatuajes e incrustaciones desconocidas, solo dejó de verla cuando ella se revolvió incómoda. Así que respondió:

-Quizás no has soñado lo suficiente, Jirin.

-Me llamo Jinrin, no Jirin -dijo arrugando sus cejas, pronunciando la media luna que yacía a un costado de su ojo izquierdo.

-Yo te diré Jirin, suena mejor.

-¿A sí? Entonces, yo te diré tonto. Suena mejor.

Y los dos comenzaron a reír.

Pasaron los siguientes días viéndose en la misma cueva donde se habían encontrado, igual las siguientes semanas y meses. Hasta que Hanna comenzó a sentir que le costaba respirar cada vez que se acercaba demasiado a Jinrin. Se sintió aterrado. Una cosa era verla a escondidas de toda la raza y otra muy diferente era enamorarse de la mujer fuerte de ojos eléctricos.

Jinrin por su parte, comenzó a llegar más temprano al punto de encuentro, para poder platicar sus sueños a las ramas de la cueva.

-Hoy, como todos los días. Sueño con encontrar mi chispa -decía y se sentaba. Después tomaba una de las hojas, la acariciaba y seguía-. También sueño con el fin de la guerra, para poder amar a Hanna sin remordimientos.

Luego de un tiempo, Hanna se dispuso a hacer lo mismo. Entre tanto, ir y venir de la cueva de ramas, los dos se chocaron confesando sus sentimientos. Hanna al oírla se emocionó tanto que olvidó el pequeño detalle de las razas, se lanzó hacia ella y unió sus labios con los de ella.

Desde entonces se convirtieron en amantes fugitivos, que día a día soñaban en la cueva con el final de la guerra. Pasó el tiempo más rápido de lo que esperaban; Jinrin dentro de esa cueva que ahora era su lugar seguro, dio a luz a una pequeña niña regordeta con los mismos ojos arcoíris que Hanna.

La pequeña bebé de nombre Hanjin creció saludablemente gracias a la buena escondite que había tomado forma de hogar para ella, pues Jinrin temía que al tener una energía diferente, los de la raza la ejecutaran. Y Hanna tampoco podía llevarla consigo porque de igual forma, no pertenecía a su raza. Hanjin poseía un poder distinto al de sus padres, poder que al parecer era aún más fuerte que cualquier otro.

Cuando la niña comenzó a caminar, la pareja de enamorados la sacaba a pasear a orillas del río Neráia. Pero de un momento a otro ocurrió lo que fue bautizado como "El día más negro". La familia fue encontrada por un grupo de Lefkò que deambulaban por el lugar.

-¡Hanna, corre! -gritó Jinrin a su amado-.¡Llévate a Hanjin, yo los distraeré! -ella sabía que venían por ella, que a Hanna no le harían daño y podría ocultar a su pequeña hija.

Se dice que la pelea entre los Lefkò y la Màvros duró demasiadas horas. También que Hanna después de ocultar a Hanjin, fue a luchar junto a la mujer fuerte que los defendía con su vida. Al final, cuando las pocas líneas de sol se ocultaba y la vida de los Lefkò con ellas, los dos Hechiceros -demasiado exhaustos y con nula energía-, se tumbaron sobre las piedras que cubrían la orilla del río a llorar de felicidad. Habían protegido a su pequeña y con eso bastaba.


Jinrin sonrió en sentido a Hanna y tomó su mano.

-Encontré mi chispa; siempre la tuve -le dijo.

-No terminé con la guerra de razas, sin embargo, terminé con la tuya. Sabía que ya poseías una chispa, la obtuviste después intentar tomar mi mano cuando nos conocimos -él alzó su mano para acariciar la media luna en el rostro de ella-. Tu chispa siempre fue anhelar proteger a los que amas con tu vida -bajó su mano y sonriente mencionó esas últimas tres palabras que hicieron chispear el corazón de Jinrin-: Te amo, Jirin -terminó, posando sus labios sobre los de ella por última vez.

-Te amo, tonto -respondió ella dando su último suspiro.

En la cueva de plantas sin nombre yacía dormida Hanjin, la primer hechicera en el Mysum que podía manejar los dos tipos de magia, la primer Miktòs. Quién daría fin a la guerra.

Todo... todo gracias a la planta sin nombre que fue bautizada como la planta de los sueños, porque todo es posible si lo sueñas y lo anhelas.



Poesía de el cielo azul Donde viven las historias. Descúbrelo ahora