Hasta aquel momento, siempre había podido enorgullecerme de que mi relación con mis padres era fantástica. Por supuesto, a veces nos enfadábamos, pero ¿qué hijo adolescente no ha tenido nunca una pelea con sus padres? Lo bueno era que siempre nos reconciliábamos pronto. Tampoco les mentía. No sólo porque no era capaz, sino porque no quería hacerlo, valoraba demasiado la confianza que tenían en mí. Sin embargo, bueno, ¿por qué los adolescentes se pelean tanto con sus padres? Supongo que hay miles de estudios sobre ello, pero si yo tuviera que dar un motivo, diría que es porque quieren libertad. Es esa edad en la que empezamos a sentir que somos los dueños de nuestra vida, pero cuando tomamos decisiones nuestros padres no están siempre de acuerdo, y ahí aparece el conflicto entre lo que quiere uno y lo que quieren los otros. Es esa edad en que el mundo empieza a tratarnos como adultos pero no nos deja comportarnos plenamente como ellos. Es algo así como si te dieran a probar un bocado de tu comida favorita y luego te quitaran el plato. Empezamos a saborear la libertad, pero no nos dejan poseerla. Y, en ocasiones, ni siquiera preguntamos. Asumimos directamente que no estarán de acuerdo con nuestra decisión y a) preguntamos si podemos hacerlo, sólo por probar, o b) mentimos y lo hacemos igualmente. Digamos que la proporción seria 1% de a) y 99% de b). Hasta el momento, yo diría que había estado en ese 1%. Ahora me había pasado al otro bando, al lado oscuro. Y volví a mentir a mis padres para ir a ensayar después de clase. Lo bueno de estar en el grupo a), es que tienes un margen de confianza, que te permite andar relativamente a tus anchas por el grupo b). Pero ya se sabe que lo bueno no dura para siempre, que las mentiras tienen las patas muy cortas, y todos esos refranes que en el fondo vienen a decir lo mismo.
En cuanto acabaron las clases, me fui directa a la academia. No tenía tiempo que perder, pues era viernes y no sólo tenía que trabajar en el bar de mi padre, sino que había quedado con Kurt a las siete. Me dolía todo el cuerpo, y mil veces más que el día anterior, pero me obligué a mí misma a andar a paso rápido.
En cuanto me vio aparecer, Tina sonrió y sacó el llavero de las clases. Me acompañó hasta la que solía ser mi clase, pero antes siquiera de que abriera pude escuchar el sonido amortiguado proveniente del interior.
Cuando Tina abrió, vi a Cameron Hall en el centro de la clase, con la respiración levemente agitada. Casi se me hizo un esguince de mandíbula a causa de la sorpresa que me produjo escuchar que la canción que Hall tenía puesta era Bring me to Life.
-Ah, vaya, Cameron -Tina se disculpó haciendo que su voz sonase por encima de la música.
Él fue al equipo y la paró, dejando unas notas en el aire seguidas por un silencio extraño, que sólo Tina volvió a romper. Yo no era capaz de quitarle los ojos de encima.
-Perdona, no sabía que estabas aquí.
-Es la única clase que queda libre -explicó, con esa voz suya impasible.
Mierda. ¿Y ahora yo dónde iba a ensayar? Quedaban tres días para el lunes, no podía permitirme perder uno.
-Quizás podría quedarme aquí -dije con voz tenue, sin sopesar mis palabras antes de pronunciarlas-. A fin de cuentas, los dos bailamos lo mismo. O eso pensaba -señalé con la cabeza el equipo de música.
Hall estuvo un segundo meditando la respuesta. Finalmente, decidió ignorar mi último comentario.
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Pas de deux
Teen FictionBailar siempre había sido mi pasión. Siempre lo había puesto por delante de todo lo demás. Por fin había decidido lo que quería hacer con mi vida, lo que quería ser, a qué quería dedicarme. Por entonces no era consciente de que a veces aparecen pers...