El sábado me levanté temprano. Esa noche había dormido bastante mal, y la culpa era sin duda de Cameron Hall. Ese hombre era experto en quitarme el sueño. Debía de haber visto esa especie de beso que Kurt me dio cuando se acercó a hablar conmigo en la barra, y no me dejó oportunidad de hablar con él y explicárselo. Quizás no debería haberme importado tanto, pero creía que ya era momento de aceptar, de una vez por todas, que Hall me gustaba de alguna forma, o al menos que me sentía atraída hacia él, lo cual era, siendo honesta, bastante masoquista. Pero ahí estaba yo, dándole vueltas a mi vaso de leche, cuando mis padres todavía ni se habían levantado, y luchando por no pensar en los acontecimientos de la noche anterior.
Para intentar alejar mis pensamientos de mi excéntrico profesor de ballet, me puse a estudiar. Así, de paso, iría adelantando algo del trabajo que de todos modos tendría que hacer luego.
No sé exactamente cuánto tiempo más tarde –mirar el reloj mientras estudio me deprime, porque veo cómo el tiempo se niega a pasar- mi padre se asomó a mi cuarto. Creo que se sorprendió al verme.
-Vaya, no pensaba que fueras a estar despierta –masculló, y pude ver su indecisión sobre si entrar o salir.
-¿Entonces por qué has venido? –mi tono fue suave; pretendía que sonara conciliador.
Papá entró, vacilante, y se sentó en la cama.
-Todas las mañanas, lo primero que hago al levantarme es venir a tu cuarto.
-¿A comprobar que no me he escapado? –ironicé.
-No –una sonrisa asomó a sus labios-, a comprobar que estás bien.
Su sonrisa se me contagió, y sentí como la tensión que había entre nosotros empezaba a desaparecer.
-Papá... Lo siento.
Él negó con la cabeza.
-Todos hemos pasado por eso, Ana. Sólo me hubiera gustado que... contigo hubiera sido diferente, aunque sepa que es imposible, y que tus hormonas son como las del resto de chicas de diecisiete años.
-Pero esto no tiene nada que ver con mis hormonas –protesté.
-Claro que sí –volvió a sonreír.
Entonces mi madre se asomó también por la puerta.
-Oh, buenos días –parecía radiante cuando entró y se sentó junto a mi padre-. ¿Estudiabas?
-Por extraño que os parezca, sí.
-Adriana... -mamá habló con solemnidad, pero yo sabía que estaba contenta- Se ha acabado tu castigo. Puedes salir a la calle. Puedes volver a ir a baile. Siempre y cuando no vuelva a pasar... lo que pasó.
-Nos gustaría que tuvieras confianza como para contarnos las cosas –añadió mi padre.
Me vi tentada a contarles lo de mi trato con Cameron Hall, es decir, lo de las horas extra que tendría que estar bailando, pero cuando abrí la boca para hacerlo, pensé que tal vez se habría retractado, considerando lo mosqueado que estaba ayer cuando me dejó bien claro que nuestra relación era meramente profesional. Así que cerré la boca.
Mis padres se levantaron de la cama, mamá me dio un beso en la frente y papá me dio un achuchón en el hombro, y salieron de mi cuarto sin decir nada más.
Al mediodía, después de comer, me llegó un aviso de whatsapp diciendo que me habían añadido en un grupo llamado "BAILARINAS" seguido de un montón de emoticonos sonrientes. Algo me decía que ese grupo llevaba mucho tiempo creado, pero no pregunté nada, ni tampoco dije nada, hasta que una de las chicas cuyo número no tenía guardado propuso ir esa tarde a una tetería que acababa de abrir una prima suya.

ESTÁS LEYENDO
Pas de deux
Novela JuvenilBailar siempre había sido mi pasión. Siempre lo había puesto por delante de todo lo demás. Por fin había decidido lo que quería hacer con mi vida, lo que quería ser, a qué quería dedicarme. Por entonces no era consciente de que a veces aparecen pers...