Mi madre se dio cuenta de que algo iba mal en cuanto entré por la puerta. ¿Qué tienen las madres que siempre lo saben todo? Yo también quería súper poderes.
-Adriana, cariño, ¿qué te pasa? -me preguntó en la cena.
Mi padre, que no parecía haberse fijado, me miró ahora con preocupación. Sopesé contárselo. De verdad lo hice; quería contárselo. Sabía que mamá lo entendería. Pero no estaba tan segura de que mi padre también fuera a hacerlo. Además, estaba avergonzada.
-Sólo estoy cansada -murmuré.
Mi madre no me creyó. Conocía demasiado bien el mundo del ballet como para hacerlo, pero por el momento, lo dejó estar. Cené poco y me fui pronto a mi cuarto, el cuerpo doliéndome más cuanto más rato pasaba. Por lo visto, me había forzado más de lo que estaba acostumbrada. Me puse el pijama, cogí el móvil y me tumbé en la cama. Tenía un mensaje de Wei y uno de Luna (las dos de ballet), otro de Kurt y un par de Andrea. Leí primero el de Kurt, aun sabiendo que no iba a responderle. No ahora al menos.
"Me gustaría que hablásemos".
Directo, como siempre era cuando estábamos juntos.
Contesté a Wei y a Luna diciéndoles que estaba bien (lo cual era mentira), y fue al responderle a Andrea cuando me desahogué. Ella siempre me escuchaba, siempre parecía entenderme, siempre estaba ahí. Jamás sentía que no quería escuchar mis problemas, quizás porque yo también escuchaba los suyos. Siempre he pensado que la distancia que nos separaba hizo que nuestra amistad fuera más fuerte, y de algún modo especial.
Le conté mi frustración, y que no sabía qué hacer. Apagué el móvil sin esperar su respuesta, pues sabía que con la diferencia horaria ella aún estaría durmiendo.
A la mañana siguiente, con el cuerpo entumecido y dolorido, leí su respuesta mientras me cepillaba los dientes para ir a clase.
"Menudo CAPULLO" sonreí ante las mayúsculas. "¿Has visto Mulan? Seguro que sí. ¿Sabes esa escena en la que por la noche se sube al poste para demostrarles a todos que merece estar ahí? Pues tú tienes que hacer lo mismo"
"¿Subirme a un palo?", contesté.
Su respuesta llegó inmediatamente.
"No, imbécil. Bailar tan bien que se arrepienta de haberte siquiera propuesto que te vayas".
"No sé si puedo hacerlo... y menos antes del lunes. Me da miedo, ya sabes, por la cadera".
Ahora tardó algo más en llegarme su contestación.
"Lo sé. Pero sólo tú sabes dónde está tu límite".
Me quedé mirando al móvil, sin verlo realmente. No sabía con qué intención lo había dicho Andrea, pero tenía razón. Sólo yo lo sabía, más aún, sólo yo lo decidía. Sólo yo podía decidir cuándo parar y cuándo no, qué hacer, y si quería o no quería bailar. Y quería. La cadera no iba a impedírmelo, otra vez no. Y Cameron Hall tampoco. En el fondo, sabía que si la lesión decidía reaparecer, no había nada que pudiera hacer para evitarlo. Pero podía elegir en todo lo demás.
Metí mis cosas de baile en la mochila del instituto, que iba descaradamente más abultada de lo normal, pero mis padres no parecieron darse cuenta cuando me vieron salir para coger el autobús.
Por fin tenía claro lo que tenía que hacer.
La mañana en el instituto pasó despacio, posiblemente porque yo quería que pasase deprisa. Tampoco les conté a mis amigos de clase lo que había pasado. No lo entenderían. Al salir de clase, a las tres, me sentí mal. En mi casa se comía con el horario español, por lo que mis padres debían estar esperándome para comer. Cogí el móvil y marqué el número de mi casa.
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Pas de deux
Fiksi RemajaBailar siempre había sido mi pasión. Siempre lo había puesto por delante de todo lo demás. Por fin había decidido lo que quería hacer con mi vida, lo que quería ser, a qué quería dedicarme. Por entonces no era consciente de que a veces aparecen pers...