El trabajo de la profesora Rangel consistía en hablar sobre alguien importante para nosotros.
Pensé en mi familia, pero no hay mucho que quiera decirles.
Después en mi novia, aunque ahora es ex.
Y finalmente, casi sin esforzarme, tu imagen apareci...
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El tema era simple. Yo fui el complejo. Pude haberle escrito a mi conejo. No, el pobre lleva años muerto.
Grisel podría inspirarme más, aunque la relación se ha reducido a cenizas. Papá y mamá debieron encabezar la lista, pero les he hablado tanto, que ya estoy cansado.
Y eché un vistazo alrededor. Es increíble que no me haya detenido a pensarlo. Me devolviste la mirada por un segundo, golpeaste con tu bolígrafo el banco antes de girar hacia la pizarra.
La profesora continuó con las instrucciones. Te vi hacer una mueca de fastidio. Apenas podías con las calificaciones y los proyectos escritos te provocaban delirios. Ahora esos son mis favoritos.
Tú prefieres pasar al frente y hablar. Tienes el temple y el ímpetu. Yo me empequeñezco y empiezo a balbucear. Contigo no me puedo comparar. Sería como juntar a la noche con el día.
Creo que tiene que ver con los monstruos que mencioné. No los conoces. Sin embargo, tú los creaste. O quizá fui yo en medio de mi desesperación.
Ellos también se admiran de tus manías, del odio constante al color rosa y tu disgusto total con las focas. ¿Cómo salvarás al planeta con todas esas dietas?
En ocasiones me parecías una niña traviesa. Olvido que acababas de cumplir veinte años, tenias un novio de ojos castaños y una camioneta a la que le faltaban piezas.
Ahora también eres el eje central de esta tarea. No espero una buena calificación. Sólo aspiro a dejarte claro mi amor y el dolor que hay en mi corazón