Justicia.

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Los tiempos cambiaban. Luke, esta vez, no reprendió a Ben por demostrarle tiernamente a Rey con sus labios lo mucho que la amaba. Contrario a eso, se acercó a Leia a decirle entre no tan bajos murmullos que en lugar de llorar por ellos debía reír porque los haría pensar que su miel la estaba deprimiendo en vez de embelesarla como el más dulce de los manjares visuales.

—¿No gritarás esta vez ni te irás sin decir nada con una cara de pocos amigos a quejarte a otro lado? —Leia lo codeó burlonamente en el brazo.

—No, hermana. Tu hijo seguirá sin ser de mi agrado, pero si Rey es feliz con él, no soy quien entonces para quitárselo y arruinar su buen momento.

Sintiéndose observado, Ben le sonrió en agradecimiento desde su posición. Si bien no le importaba demasiado lo que Luke pensara de ellos, en parte le calentaba el corazón que no se opusiera más a su ferviente amor. No lo perdonaría si por su culpa Rey se creyera juzgada únicamente por no actuar según lo que él prefiriera.

Aclarado el tema, volvió a apoderarse de los labios de la chica en sus brazos con ardor. Lo sedantes y medicinas no podían calmar en él esa necesidad de adorarla como la Emperatriz que era tanto en la realidad como en sus sueños más locos. De hecho, desde que despertó del desmayo causado por el agotamiento, había querido hacerlo para asegurarse también con su tacto que ella en verdad estaba viva y no era solo un juego de su desesperada mente de que así fuera.

—Ben, nos están viendo —se quejó, a pesar de que él los había girado estratégicamente sobre su eje para que todo su cuerpo la estuviera cubriendo con su imponencia del par de ojos ajenos a los suyos.

—No, no lo están haciendo. —Intentó convencerla también pidiéndoles con un ademán a su madre y su tío que desaparecieran, pero falló. Los muy chismosos seguían ahí, viéndolos con miradas que variaban entre la pena y la reprenda.

—Sí, sí lo estamos haciendo, niño —le replicó el Maestro, con una mano sobre el hombro que no llegaba a tomar del todo entre sus dedos —. Y así continuaremos hasta que sueltes a mi aprendiza.

—Creí que nos aceptabas. —Se dio la vuelta, sin despegarse mucho de la mencionada, que se asomaba chistosamente por su brazo.

—Lo hago, créeme, pero este no es un hotel, Ben, por favor. Ya no eres un niño al que se le tenga que decir todo. —La sangre le bombeó en las mejillas, sonrojándolas irremediablemente ante los que les prestaban atención.

—Perdón, no fue mi intención incomodarlos —se disculpó. Había estado tan acostumbrado a que lo obedecieran apenas ordenara algo que olvidó que no siempre habría quienes siquiera lo escucharan.

Rey permaneció tras él en lo que básicamente se encogía para pedirle piedad a los dos hermanos que lo contenían. Cuando acabó, recién ahí se animó a tomarla de la mano y ubicarla a su lado. Sus numerosas pecas estaban decoradas por un bello color rosa que lo hacía desear quedarse a solas con ella para besarlas a cada una con un fuego que esperaba le quemara lo suficiente para que ella también anhelara su cariño.

—Así está mejor. —Luke se arregló la ropa con elegancia —. Este no es lugar para sus cosas. El trabajo se respeta.

De igual manera, no se imaginaba haciéndole el amor en ese sitio tan exageradamente ordenado. ¿Qué tal si alguien lo pillaba y pensaba que se estaba aprovechando de su cierta ventaja como el hijo de la comisionada para reclamar a una de sus subordinadas para sí? Solo la Fuerza sabría dónde terminaría si algo similar ocurría.  
—Ya se disculpó, hermano. No lo sigas atormentando —lo calmó Leia, empujándolo de nuevo suavemente con el codo. Ben, en el fondo, agradeció que estuviera ahí porque de lo contrario ya habría echado a Luke sin miramientos de la oficina.

Entre besos y esposasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora