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Cinta miraba las rendijas de la persiana, los segmentos horizontales por los cuales se filtraba la luz del sol. No tenía sueño, ni pizca de sueño, aunque agradecía el hecho de poder estar tumbada, en silencio. Lo único malo del silencio era oír el eco de sus propios pensamientos. Un eco cargado de reverberaciones que la aturdian.
Y no podía escapar de las mismas. Eran como ondas que se dilataban y se contraían en la superficie quieta de un lago.
Ella y Luciana habían sido las mas reacias a tomar la pastilla. Una cosa eran las anfetas o alguna bebida fuerte, y otra muy distinta una pastilla de éxtasis. Raúl y Máximo, y también Santi en el fondo, incluso la misma Ana, fueron los motores. Raúl y Máximo estaban habituados. En realidad ni Ana ni Paco formaban parte del grupo, pero los conocían. Ella parecía estar de vuelta de todo. Demasiado.
Una simple pastilla blanca, redonda, del tamaño de una uña, o tal vez más pequeña.
¿Cómo era posible que...?
-Oye, ¿no duces que quieres probar nuevas experiencias, y que le has dicho a Eloy que vas a tomártelo con calma? Pues empieza.
-Creo que soy idiota.
-Bueno, mañana le llamas y le dices que eres idiota. Pero esta noche vamos a soltarnos el pelo.
-La verdad es que pagar dos mil del ala por esto...
-A mí no me irá mal dejar de pensar un rato. Tengo los exámenes metidos en el tarro.
-Seguro que me mareo y vomito.
-¡Jo, que moral, tía! ¡Tòmatela ya y calla de una vez!
Ojalá hubiera vomitado. Cuando la vio caer al suelo, y se dio cuenta de lo mal que estaba... Y todo lo que ocurrió después, cuando la sacaron fuera, y empezaron los gritos, y la espera de la ambulancia, y todo lo demás...
Santi tal vez tuviera razón: necesitaba un poco de cariño, amor, ternura, tal vez sexo.
Pero no se movió.
Recordaba cuando se conocieron. Hacían cola para comprar dos entradas del concierto de su grupo preferido, y de pronto cerraron la taquilla y anunciaron que se habían agotado. Luciana se echó a llorar, y ella empezó a gritar, dispuesta a saltar sobre la taquilla y abrirla a golpes. Sin saber cómo, se vieron una junto a la otra, llorando desconsoladas, y abrazándose. No sabían nada la una de la otra, pero compartían su amor infinito por ellos, los cinco chicos más guapos de la creación, los que mejor cantaban, los que mejor bailaban, los que mejor se movían...
No pudieron ir a ese concierto, pero desde entonces fueron como hermanas. Luego, Luciana le presentó a Loreto. Eran intimas, pero a Loreto la musica le importaba menos, así que Luciana y ella tenían muchas más cosas en común.
Incluso tenían planes. Se querían ir a vivir juntas. Y solas. De pronto todo parecía increíble, lejano, y sobre todo, ¡tan absurdo!
Una simple noche, una simple pastilla que se suponía que iba a disparar...
Sí, disparar era la palabra exacta.
Como todas las armas, el disparo podía llegar a ser mortal.

Eterna felicidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora