Poli García volvió a detenerse frente a una cabina telefónica, pero solo fue cuestión de unos segundos. Chasqueó la lengua y miró arriba y abajo de la calle en busca de un bar. Lo divisó en la esquina opuesta, a menos de veinte metros.
En todas las calles de todas las ciudades de España había por lo menos un bar.
Un bar y dos o tres bancos.
Cruzó la calzada y entró en el local. Fue directamente a la barra. Apenas había gente a aquella hora.
-¿Qué será? -le preguntó un camarero.
-Un cortado y el listín telefónico, por favor.
El listín llegó inmediatamente. Buscó los teléfonos de los hospitales de la ciudad y empezó a anotarlos en un papel, despacio, para no dejarse ninguno. Mientras lo hacía le sirvieron el café.
-¿Tiene cambio para hacer algunas llamadas telefónicas? -pidió.
El camarero tomó el billete de mil pesetas y le dio el cambio del café en monedas de cien y de cincuenta. El camello las recogió, se bebió el café de dos tragos y se fue hacia el teléfono, que era verde y estaba ubicado en el extremo opuesto de la barra de manera visible. Marcó el primero de los números que había anotado.
-Urgencias, ¿dígame?
-Perdone, ¿podría decirme si tienen ingresada ahí a una chica que anoche tomó drogas en una discoteca? La llevaron en una ambulancia...
Negativo.
Marcó un segundo número.
Y un tercero.
La respuesta le llegó en el cuarto intento.
-¿Luciana Salas Masoliver? -le preguntó una voz femenina.
No tenía ni idea. ¿Pero cuántas chicas habrían ingresado de noche por causa de las drogas?
-Sí, sí, es ella -su tono cambió revistiéndose de angustias-. ¿Cómo se encuentra?
-Disculpe, pero...
-Mire, es que mi cuñada me ha dejado el recado en el contestador contándome lo que había pasado, pero sin decirme el hospital ni nada, y como estamos fuera... ¡Dios, qué angustia!, solo quiero saber... Está viva, ¿verdad?
-¿Es su sobrina? -insistió la voz femenina.
-Sí, por favor... ¡Por favor!
-Bueno -la resistencia cedió-, se ha estabilizado y por el momento está bien, aunque no fuera de peligro, pero... sigue en coma. Es cuanto puedo decirle.
Coma.
-Gracias, ha sido usted muy amable.
-De nada, señor.
Colgó y se quedó mirando el teléfono.
Tal vez debería llamar a los otros hospitales, para asegurarse. Tal vez no fuese ella. Tal vez la del Pandora's ya estuviese en casa, tan tranquila. Tal vez.
Coma.
Golpeó el mostrador con el puño cerrado, impulsivamente, presa de una incontenible rabia. Al instante se encontró con la mirada preocupada del camarero.
Salió del bar desorientado, sin saber adónde ir o qué hacer.