Máximo salió de su habitación tras haberse duchado y cambiado de ropa. La ducha le había despejado y serenado las ideas. Se sentía mejor, más fresco, pero no quería seguir en casa. En su habitación todo eran fantasmas azuzándole, y fuera de ella estaban sus padres, sobre todo su padre.
-Vaya, ¿ya vuelves a irte?
¿Lo espiaban? ¿Tenían ojos en la nuca? Creía que estaban viendo la tele, y había tratado de no hacer ningún ruido al salir.
-Voy a dar una vuelta -dijo, pero volveré temprano.
-¿A qué llamas tú temprano?
Apareció su madre. Salía de la cocina. Era una mujer de la vieja escuela. Se pasaba el día en la cocina.
-Temprano -repitió él-. Esta noche no voy a salir.
-¡Oh, qué bien, gracias! -se burló el padre.
-¿Pero vendrás a cenar? -preguntó su madre.
-No lo sé. -trató de no perder la paciencia-. Puede que sí y puede que no, pero no voy a salir. Lo mismo llego a las diez que a las doce.
-O las dos o las tres. Eso también es temprano para vosotros.
Volvió el agobio, solo que no tenía fuerzas para discutir. Más aún, cuando se enteraran de lo de Luciana, y probablemente se enterarían aunque ellos no conocían a los padres de sus amigos, tendrían un buen disgusto. Sería un palo.
-Voy a ver a Loreto -mintió.
-¿La bulimica? -se interesó su madre.
-Sí.
Un día, un par de semanas antes, se lo dijo a su madre, por hablar de algo. Ella se puso inmediatamente en plan de madre sufridora, identificándose con el dolor de la madre de Loreto. Algo muy propio.
-Estáis todos locos -rezongó su padre dándole la espalda para volver a la sala, junto al televisor.
Iba a decirle que no más que él yendo cada domingo al fútbol y gritando como un poseso a un tipo vestido de negro y a veintidós mendas en pantalón corto que se mataban por una bola mientras ganaban una pasta por ello. Pero no lo hizo. No valía la pena.
Su madre le acompañó a la puerta.
-Dale recuerdos a esa chica, y anímala para que coma.
No se molestó en volverle a explicar que bulimia y anorexia eran cosas distintas. Bajó la escalera sintiéndose libre y al llegar a la calle supo que seguía sin saber qué hacer ni adónde ir.
Entonces pensó en Cinta.
Sus padres estaban siempre fuera el fin de semana. Tenían otra casa. Ella estaría allí, tal vez durmiendo, pero al menos era un lugar seguro y tranquilo.
Y no se lo pensó dos veces.