15 horas

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Eloy se sintió cansado y abatido, en primer lugar por las pocas e incómodas horas que había logrado dormir durante la noche, y en segundo lugar por el fracaso de sus pesquisas.

Raúl podía estar en cualquier parte.

En una fiesta privada, o bailando en una nave recién estrenada o en cualquiera de los muchos after hours ilegales que proliferaban para los que querían bailar sesenta y dos horas seguidas. Era como buscar una aguja en un pajar.

Entró en una cafetería. Necesitaba un café para no desfallecer víctima de los nervios o del cansancio, aunque sabía que si se detenía un segundo, un solo segundo, y pensaba en Luciana, sería peor.

Bastante duro era llevar esa imagen en su mente. Pero más duro sería llevarla durante el resto de su vida.

La imagen de la persona que más quería en estado de coma, convertida en una muerta viviente. Precisamente él, que quería ser médico. Qué extraña paradoja del destino.

-Un café, por favor.

-¡Marchando!

El camarero empezó a manipular la cafetera. Un cliente, a su lado, en la barra, le dirigió una mirada ocasional. Se sentía muy raro. Tenía percepciones y nociones de la realidad muy distintas, nuevas. Le costaba creer que el mundo siguiera como si nada. Podía entender que Loreto, por ejemplo, estuviese enferma. Pero lo de Luciana no.

Eso no.

La confusión y el aturdimiento se acentuaron.

Hasta que el café aterrizó delante de sus manos.

Sin embargo, no fue por él. La reacción se la produjo el cliente de la barra, cuando de pronto levantó la voz y llamó la atención del camarero diciendo:

-Paco, ponme otra.

Eloy tuvo el flash. Ana y Paco. Ellos también estaban allí. Verdaderamente, no eran más que dos zumbados que ya lo habían probado todo en la vida, pese a su corta edad, yendo siempre a contracorriente. Pero lo importante es que sabía dónde vivían, y eran amigos de Raúl.

Eran su última oportunidad.


Eterna felicidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora