El ambiente estaba cargado, todos los profesores del departamento estaban hablando en la sala de reuniones.
Una sala espaciosa, de techo alto, con una mesa de ébano negro lo suficientemente larga para que catorce docentes pudiesen tomar asiento. Y gracias al balcón de mármol, se divisaba el campus desierto, plagado de charcos y árboles de copas densas.
El domingo fue el último día de lluvia, pero ese martes hacía un frío húmedo, quedándose con los resquicios de la tormenta.
Jonathan estaba de pie frente al archivador, un mueble empotrado de roble pulido, con diferentes estantes y cajones para organizar las fichas. Algunas de ellas eran observaciones, exámenes ilegítimos o simplemente el temario reglamentario de cada materia para adaptarla al profesor.
En una de sus manos tenía un folio recién impreso, y en la otra tenía el móvil.
—¿Te has equivocado de idioma al imprimirlo? —Se burló Pedro, acercándose—.
Él esbozó una sonrisa, apretando el botón de enviar. Levantó la cabeza y se acomodó las gafas. Conocía a Pedro desde el instituto, aunque se separaron cuando eligió el doctorado en filosofía, y él un doble grado en química e ingeniería, no perdieron el contacto.
—¿De qué están hablando?
Todos estaban alrededor de la mesa, organizando algo.
—Sobre el concurso Atlas.
—¿Qué es?
—Es... —Suspiró Pedro, pasándose una mano por la cara. Eran las siete de la mañana, y aún no estaba operativo—. Un concurso que se lleva a cabo en el observatorio.
—¿Solo miráis estrellas?
—Más o menos. Y los dos alumnos que pasen las clasificatorias defenderán su tesis ante los profesores de física y astronomía. —Se rascó un ojo, bostezando—. Los demás alumnos incluso apuestan.
—Qué cruel.
—Bueno, el premio lo merece. Es un diploma honorífico, y en el observatorio dejan una vitrina para el ganador.
—Mhm... ¿Alguien ha ganado dos años consecutivos? —Le preguntó, con curiosidad—.
Pedro ahogó una risa.
—¿No se te ocurre quién ha podido ganar en todos sus años?
Ava entró por la puerta abierta, con una bandeja.
Jonathan giró la cabeza para mirarla, ya que se dirigía a ellos. Extrañamente iba vestida con unos jeans ceñidos, negros, y un jersey de lana del mismo color. Dedujo que era el uniforme de la cafetería, ya que llevaba inscrito el nombre de la universidad con su emblema, la constelación de la Osa Mayor: Universe Imperial College, 1812.
—Gracias, Ava. —Le sonrió Pedro, recogiendo su té, y ella le devolvió la sonrisa, abrazando la bandeja contra su pecho—.
Pedro dio el primer sorbo a ese té ardiente, y se relamió los labios.
—¿Usted quiere algo, profesor?
Jonathan dejó de mirar a Pedro, y devolvió su atención a Ava. Sabía que el color de sus ojos era un tono más claro que el marrón, pero bajo esa iluminación ámbar las pinceladas verdes de sus iris dominaron el lienzo. No le sonrió a él.
—No, gracias.
—Vale... —Suspiró antes de girarse—. ¿Alguien necesita algo?
Algunos de los profesores corearon un no, gracias pero un par levantó la mirada de la mesa.
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La Filosofía del Deseo
Romance❝Cuando no tienes amor, le pides al otro que te lo dé. Eres un mendigo. Y el otro te está pidiendo que se lo des a él o a ella. Dos mendigos extendiendo sus manos uno al otro, ambos con la esperanza de que el otro tenga amor para dar... Naturalmente...