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Ava bajó del taxi. 

Cruzó la calle exhalando un vaho blanquecino, y se acercó a la casa que señalaba Google Maps. 

Los dos habían hablado para organizar una cena, ya que Ava tenía que prepararse para los exámenes de final de trimestre y Jonathan tenía que compaginar el trabajo con su hija. Alguno de los dos sugirió un restaurante, pero ambos estaban bastante cansados a esas horas, así que una cena en casa les pareció lo más cómodo. 

Solo subió un peldaño de esa casa de revista americana, ni siquiera había llegado al porche, cuando el sonido de una notificación la paró.

Abrió la aplicación de WhatsApp y leyó el mensaje.

Profesor West
Siento avisar tan tarde
Han dejado a Iris conmigo esta noche
¿Lo posponemos a mañana?

Ava frunció el ceño al leer eso. Estaba por escribirle que ya había quedado con Pedro para cenar, pero la puerta de la casa se abrió. 

Las bisagras de la puerta crujieron, y Ava levantó la cabeza cuando la luz del interior la iluminó. Ahí estaba Jonathan con una niña rubia en brazos, completamente dormida. Había salido porque, seguramente, había escuchado el ruido del teléfono.

—Oh, ¿ya estabas aquí? —Se compadeció él, haciendo una mueca. Llevaba un suéter oscuro, y sus rizos estaban desordenados, ya que se había quedado dormido con su hija—. Lo siento, se suponía que venían a buscarla...

—No, no, lo entiendo. —Asintió, y bajó ese único peldaño que había sido—. Lo entiendo, no te preocupes.

Se escuchó al perro del vecino ladrar, pero lo callaron. El silencio de la noche volvió a merodear por las casas.

—Lógicamente no puedo quedarme. —Ava asintió con la cabeza, mirándolo delante de ella—. Lo entiendo.

¿Cómo reaccionaría ella si encontrase a Pedro con otra mujer que no fuera su tía? Sería algo incómodo y horrible de digerir.

—No, por favor, ya que has llegado hasta aquí entra. —La invitó a pasar, sosteniendo a su hija mientras ella se abrazaba a su cuello, y alargó el otro brazo hacia Ava—. Vamos. Por favor.

—No, no hace falta, de verdad. —Se excusó, negando con la cabeza y las manos en los bolsillos—. Podemos dejarlo para otro día, no pasa nada.

—No quiero hacerte perder el tiempo. —Le dijo Jonathan, apretando los labios—. 

—Ya lo haces obligándome a ir a museos. 

—Lo siento...

—No tienes que sentirlo. —Le dijo Ava incrédula, con una sonrisa efímera que dibujó líneas de expresión en la comisura de su boca—. ¿Crees que no lo entiendo? Tienes una hija, hija única, con padres separados. No merece esto. Ni tú ni yo queremos confundirla más.

Ava se encogió de hombros.

—Le perteneces a ella. —Terminó con una sonrisa suave—. Y ya está.

—Mm... Eso es verdad. —Hizo una mueca, entrecerrando los ojos—. Pero tú me perteneces a mí. Al menos esta noche.

Ava rió con las manos en los bolsillos, girando la cabeza hacia un lado, y exhaló un vaho blanquecino entre la penumbra de la noche.

—Soy la primera hija, la primera nieta, y la primera sobrina que tuvo mi familia. ¿Crees que puedes decirme qué hacer?

—Si no vienes tú voy a ir yo. —Le dijo, levantando una ceja—.

—No entiendo tu afán por que me quede.

—Las cosas que no entiendes te gustan.

—Me intrigan. —Lo corrigió—.

La Filosofía del DeseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora