Era noche cerrada cuando el bebé se durmió, otorgando algo de quietud a la casa.
Dhelia se peinaba frente al espejo, dejando sus ondas chocolate a ambos lados de su cuerpo. Suspirando por su reflejo, por las pequeñas arrugas en sus ojos, la comisura de sus labios y su cuello... Bajó un poco la costura de su ropa interior, pasando la mano por la cicatriz de la cesárea.
Pedro también entró en el baño, pasando un brazo por su cintura, y la abrazó por detrás para dejar un beso en su cuello. Escurrió una mano sobre la suya, también acariciando su cicatriz.
Dhelia se aferró a ese brazo que la rodeaba, y él apoyó el mentón en su hombro para mirarla a la cara, encorvado a su altura.
—¿Cómo lo haces para que los años no pasen para ti? Tienes una genética envidiable.
—Y una mierda la genética. Me inyecto vitaminas y botox.—Se cruzó de brazos, girándose para mirarlo a la cara—. Mañana, cuando vuelvas de la gala, empezarás el tratamiento.
Pedro suspiró a malas por la nariz, frotándose el pecho.
—No quiero.
—Y se lo vas a contar a Ava. —Lo ignoró, mirándolo severamente a los ojos—. Y a Bárbara.
—No puedes obligarme a hacerlo.
—Eres un cabrón testarudo que se está muriendo.
—¿Qué? ¿Porque me estoy muriendo ya no vas a pegarme? —Se burló—. Vamos a apagar nuestra relación si dejas de hacerlo.
—Tenemos suficiente en el plan de pensiones. Ava no tocó el dinero cuando le dieron la beca.
—Si lo hago estaré internado. No pienso perderme su graduación.
—Lo que no quieres perder es el pelo. —Respondió, suave, con una media sonrisa—.
Pedro sonrió, riendo en voz baja, pero esa risa se ahogó en una tos. No pudo respirar durante unos segundos, y Dhelia lo ayudó para que se apoyase en el lavabo de mármol.
—Voy a auscultarte. No te muevas.
Salió del baño, corriendo hasta su despacho, y volvió con su estetoscopio rojo. Pedro abrió el grifo, y escupió agua un par de veces para quitarse el sabor a sangre de la boca. Dhelia levantó su suéter, para auscultarlo por la espalda.
Intentó respirar profundamente, pero no pudo.
—Tienes silbidos. —Lo informó, quitándose el estetoscopio—. Y la arritmia te pasará factura.
—No quiero morirme. —Habló con voz débil, ahogándose—. No quiero perderme la graduación de Ava, no quiero morirme sin escuchar la voz de Lydia. No quiero morirme, Dhelia. No puedo dejar solas a mis niñas.
Cabizbajo, ella tomó su rostro entre las manos, mirándolo a los ojos con una pena astillada, y lo llevó hasta su hombro para otorgarle algo de calma. Mientras él lloraba rogando, y apoyó una mano en el marco para no dejarle el peso.
—Lo sé. —Susurró ella, subiendo en una caricia hacia su pelo—. Lo sé...
Cuando el sol rompió el crepúsculo de ese invierno frío, Dhelia ya estaba despierta dando el segundo biberón a Lydia. La cambió de ropa, dejándola en la mecedora del salón, y se dispuso a lavar los platos de la noche anterior.
Alguien tocó el timbre de la puerta.
—Voy yo. —Pedro bajó las escaleras, aún con el pelo húmedo y su camisa con los primeros botones abiertos—.
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La Filosofía del Deseo
Romans❝Cuando no tienes amor, le pides al otro que te lo dé. Eres un mendigo. Y el otro te está pidiendo que se lo des a él o a ella. Dos mendigos extendiendo sus manos uno al otro, ambos con la esperanza de que el otro tenga amor para dar... Naturalmente...