Se escuchaban risas al otro lado de la pared, el olor de la comida y el murmullo de la familia subía las escaleras. Todos esos estímulos aseguraban que era Navidad.
Ava recogió las hojas sueltas de sus apuntes, y las metió entre las páginas del libro antes de cerrarlo. El frío sol de Birmingham moría tras el horizonte de nubes escurridizas, ineficiente ante la capa de nieve que decoraba el marco de la ventana.
Estaba mirando el libro de texto subrayado, pero sus ojos tras las gafas veían todo borroso, porque su mente divagaba hacia la nada adyacente. Pensando. Pensando que tres años atrás en esas mismas fechas estaba en el hospital, ensangrentada, enferma, sucia... Sola. La primera Navidad que pasaba en casa después de haber sido secuestrada, y no entendía porqué continuaba allí: viva.
—¡Ava! —La llamó Pedro desde el final de las escaleras. Hizo una pausa para toser—. La mesa ya está puesta, ¿puedes bajar?
Ella iba a contestar, saliendo de su trance, pero la interrumpieron.
—¡Baja ya! —Le confirmó Dhelia—.
Se levantó de la cama en un suspiro, y se encontró devotamente perdida observando las estrellas desde la ventana, contando los cráteres de la luna. Apoyó los codos en el marco.
—Vianne. —Escuchó que la llamaban. El viento le llevó esa voz—. Vianne James.
Ella giró la cabeza, mirando por encima del hombro su cama deshecha. Pero no había nadie en la habitación.
Volvió a girar la cabeza con el ceño fruncido, asomándose fuera de la ventana por si alguien la llamaba desde la calle, y un escalofrío gélido la recorrió al ver la calle desierta. No había nadie. Y ya nadie la llamaba de esa manera.
Levantó la mirada, y vio un hombre pegado a la ventana. Una sombra que tomaba forma en la oscuridad, con los ojos fijos en ella, sin párpados.
Ava cerró los ojos con fuerza con el corazón palpitando en sus oídos. Y cuando volvió a mirar se dio cuenta de que no había nadie en la casa del frente, ni siquiera una luz prendida. Pero ahora sentía un peso en la nuca, en la espalda, alguien la estaba mirando.
El aire helado le acarició la cara, deslizándose bajo su mentón. Ava se retorció en el sitio, exhalando un escalofrío mientras cerraba la ventana con seguro. No quiso volver a mirar, por si el hombre reaparecía y lo encontraba observándola, vigilándola.
Se dio la vuelta en un jadeo y abrió el estuche del escritorio, donde guardaba sus medicamentos para revisarlos.
Paroxetina, Escitalopram, Doxepina, antirretrovirales y Lorazepam.
Buscó entre los cajones de ese mismo escritorio, revolviendo todo. Entró en el baño contiguo, empezando a hiperventilar.
Abrió el armario bajo el grifo, apartando el papel higiénico, luego los cajones... Hasta que encontró una caja de pastillas. Le temblaron las manos al romper el cartón, sacando una tabla casi vacía de pastillas blancas.
Ava tragó saliva mirándolas, viendo como temblaban en su mano. Solo había una.
Haloperidol.
—Ava.
Ahogó un grito, dejando las pastillas donde estaban casi con pánico.
—Ya han llegado todos, ¿por qué no bajas? —Le preguntó Pedro. Mientras ella tenía el corazón en la boca—. ¿Estás bien?
Ava negó con la cabeza, sintiendo un escozor en el pecho al mantener la respiración.
—¿Te encuentras bien, Vianne? —No miró a la enfermera cuando le habló, regulando la medicación del gotero—. Fuera está tu tío. ¿Le digo que pase?
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La Filosofía del Deseo
Romance❝Cuando no tienes amor, le pides al otro que te lo dé. Eres un mendigo. Y el otro te está pidiendo que se lo des a él o a ella. Dos mendigos extendiendo sus manos uno al otro, ambos con la esperanza de que el otro tenga amor para dar... Naturalmente...