A que nunca te pensaste que los gatos te pueden maldecir. Esta es la historia de como una torpe asistente se ve sorprendida por 8 deseos y es acompañada por una extraña entidad que ha tomado el objeto menos pensado para habitar.
Comedia.
semi-eróti...
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Es muy tarde para darme cuenta lo apresurada que fui al pedir el deseo.
Continúo con el pijama puesto y en pantuflas con dibujos de fresas. Lars por su parte está con su camisa formal, pantalón de tela con cinturón oscuro, pero sus pies descalzos. Y Brinquitos por suerte tiene un pantalón puesto sobre él, es tan sinvergüenza que no le importaría andar desnudo por la vida. Por fortuna para Mac, se ve decente, con su ropa un tanto arrugada pero decente de pies a cabeza.
Él sostiene mi mano, sus labios forman una línea sin ninguna pizca de emoción.
—Tal vez debas esperar —dice Lars— puede ser muy raro verte cinco minutos después de haberte llamado.
Él niega con la cabeza— tal vez estaba cerca —comenta anticipando la excusa que dirá.
Dudamos, pero no podemos detenerlo.
—¿Quieres que te acompañe? —pregunto al sentirlo aferrado a mi mano. Lo de la ropa es de menos en este momento. Él asiente y comenzamos a caminar hacia la puerta.
Cuando estamos bajo el marco de la puerta él se congela por unos segundos. Mis ojos recorren el lugar, sobre el ataúd oscuro hay un pequeño retrato del hombre en vida junto con una veladora, cerca de la caja hay una larga escalera de madera, a unos cuantos pasos una señora que aparenta más edad de la que Mac me había mencionado alguna vez. Ella detiene el vaivén de su silla mecedora al verlo. Él gira hacia mí y envuelve mi mano entre las manos de él—. Dame un momento —pide. La mirada vacía de la mujer no cambia ni un instante, ni siquiera al verlo después de tantos años. Mac echa un vistazo breve a la fotografía sobre el ataúd, mientras guarda silencio.
Todo el interior de la casa se encuentra vacío, parece no hay personas que les duela la partida. Los muebles del lugar se ven un poco viejos, es posible que no los hayan cambiado durante muchos años. A mis espaldas escucho a un auto estacionándose frente a la casa. Un chico alto, de cabello negro y rizado baja vestido con una camisa blanca que termina sobre su muñeca, con un pantalón de tela y una corbata en juego de color negro, en sus manos lleva una carpeta de documentos y un ramo de rosas blancas.
Se acerca saludando tanto a Lars como a Brinquitos y se detiene brevemente junto a ellos, parece que ignora su manera de vestir, él continúa su paso hasta llegar al mismo lugar donde estoy.
—Mi sentido pésame —dice, y puedo sentir su curiosidad— ¿Es familiar del difunto?