II

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Desde el inicio de un nuevo día y luego de aquel extraño encuentro de Hady con una joven cuyo estatus es desconocido para ella, se dio a conocer que nada sería lo mismo. Una propuesta, un acuerdo y una acción por impulso fue lo que la obligó a tener la tarea más complicada de lo pensado. No es nada fácil para una menor de edad el tener que llevar sobre sus hombros un peso enorme como la corona.

¿Cómo puede alguien menor ejercer sobre la paz entre reinos y controlar a los enemigos que luchan por atacar el suyo? La necesidad de que la reconocieran e incluso, si se debía por un trabajo inaccesible, la llevaron a la desesperación de pedir que, quién fuese, le dejara un trabajo por realizar. Para dar a conocer su valor.


Aunque, como cualquiera debe saberlo, su mayor error fue involucrarse con una persona que le pertenece al rey. Querer que dicha persona le de atención, es un peligro al que nadie debería integrarse.

—Es el décimo libro y no tiene absolutamente nada sobre la información que busca, ¿algo más?

—Sí, que leas este párrafo de nuevo —contesta Hady, regresando el libro de tapa dura.

Al tomarlo suelta un bufido, ¿cuántas horas han pasado desde que llegaron? Quizá tantas que ya ni soporta el dolor de su espalda, así es la situación de Rayen. En cambio Hady sigue renovada, reluciente, esperanzada. La mezcla de una niña perezosa con una princesa capaz de escalar montañas, no es buena combinación.

—No entiendo por qué buscamos algo anormal, ¿sus profesores tuvieron un accidente y perdieron el cerebro? Su alteza, no es normal que pidan esta investigación y si la están obligando a hacerlo, ¿por qué no me permite avisarle a Thea? Estoy segura de que nos ayudará y cambiarán de tutor...

—Se trata de mí.

—Ah.

Hady cierra el libro, observando fijamente a Rayen.

—¿Te puedo pedir un favor?

—El que guste.

—Imagínate que una noche salgas a caminar, todo está tranquilo y no te sientes amenazada por nada. —Rayen asiente, animando a que continúe—. Pero también imagina que de pronto, inesperadamente, encuentres un par de personas que intentas ayudar.

—¿En qué les puedo ayudar?

—Uh... No lo sé. —Hace una pausa, formando una idea convincente—. ¿Ayudarlos a curar sus heridas?

—¿Me lo está preguntando?

—¿No es algo qué harías?

Ahora es turno de que Rayen haga un silencio, pensando si es tan amable para ayudar o buscar a un responsable. Eleva su mano izquierda, frotando su barbilla con el pulgar.

—Supongo que si es leve y se trata de algo que yo pueda hacer, sin necesidad de que haya un muerto en el proceso... Definitivamente lo haría.

Aquel comentario le saca una risilla a Hady que interrumpe su seria plática de minutos.

—Bien, de nuevo. —La princesa se acomoda en su asiento, apoyando los codos sobre la mesa de madera—. Imagina que esos dos chicos te piden ayuda, y, además, te cuentan un secreto inesperado, ¿qué harías?

—Su alteza, ¿pasó algo? —deduce poniendo los brazos en jarras.

—¿Huh? No, no, es curiosidad.

—Para mentir no debería repetir palabras.

Hady le rehúye la mirada y nuevamente abre el libro, hojea delicadamente como si tal acto hiciera olvidar la conversación.

La reina doradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora