XI

6 2 0
                                    

Los copos de nieve cubrieron el marco de las ventanas, se sentía el frío arrasar incluso sin haber puesto un pie fuera y las paredes expresaban soledad. El invierno estaba presente, sentimientos de tristeza le acompañaban y la debilidad cada día era más intensa. El área verde de los jardines se tiñeron de blanco, incluso las velas románticas fueron cambiadas por las de canela, las que la reina quería mostrarle a Aitana.

—¿La encontraste?

—Lo siento, ella sigue sin aparecer.

Su partida es más dolorosa y lo hace peor estar en la condición de un vientre abultado, el cual ya no puede esconderse y Rayen se ha negado a entregar más pociones para ello. Frota la zona lentamente, acariciando de igual manera al canino que reposa sobre sus piernas.

—¿Y Kai?

—Me temo que tampoco tenemos noticias sobre su paradero.

—Puedes retirarte, gracias.

Antes de estallar en lágrimas, Rayen la sostiene en sus brazos, dejando suaves palmadas en su espalda. La situación dio un giro inesperado en cuanto Aitana desapareció y más tarde, Kai no regresó. Aseguraron que la joven pudo haberse fugado, aprovechado la muchedumbre que le rodeaba. Sin embargo, para Kai no había explicación por más que lo buscaran desde cualquier ángulo. La ausencia de ambos era como una profunda estocada a su corazón, Hady los necesitaba más que nunca y no estaban presentes, no estaba completa.

—Daremos con ellos —asegura la duquesa—. Ten paciencia.

—Debo renunciar sin importar que haya sido hace poco… Debo entregar la corona, ellos no están porque soy una amenaza, es mi culpa.

—No lo es, no tomes decisiones precipitadas y no te hagas daño.

Con el pasar de los días, el palacio se mostraba cada vez más hundido. Rayen y Thea hicieron el excelente trabajo de mantener el balance del reino, evitando crear malentendidos con los nobles y otorgando lo necesario a los plebeyos. Hablaban bien de ella, nadie la señalaba, únicamente eran las mismas inseguridades de la reina que crearon un caos en su interior. El interrogatorio de Hady que hacía para sí misma, culpaba al rey de lo ocurrido puesto que era el más cercano al príncipe y, mientras él vaga por los pasillos, Kai no aparecía ni en reflejos. Se había limitado a buscarlos por cada rincón, escondiendo el nombre de la joven debido a su posición y la búsqueda se complicada debido a que no podía pedir ayuda a su gente.

En sus días solitarios, la reina no despegaba los ojos del cuadro ilustrado por Aitana o el barco otorgado por Kai. Desvanecidos desde su coronación, sin escuchar sus voces desde su apresurada decisión.

—¿Cuánto más debemos retrasar la fecha del matrimonio?

—Te lo he dicho, Roy, hace tiempo que dejamos de estar comprometidos.

—No entiendo, ¿qué importancia tiene una plebeya como esa? ¿Para qué la buscas? Tú has perdido la pureza, nadie más te va a querer porque yo te toqué —acusa levantando la copa—, ¿aún así piensas romper nuestra formalidad?

—Se trata de mi hermano, el joven que te abrió las puertas en su llegada. Y no me importa morir sola por haber perdido algo inexistente, es mejor que estar contigo. —En calma deja los cubiertos sobre la servilleta blanca, poniéndose de pie—. Disfruta tu almuerzo.

El pomposo abrigo es su mejor herramienta para seguir ocultando a su próximo heredero, así que en el momento que cruza la entrada, agradece a susurros por el cambio del clima y posteriormente se dirige al dormitorio. Refleja su lástima y siente el peso de ser una terrible persona que pasa negando la existencia de un ser vivo que le acompaña desde hace tiempo. En sus años atrás, las nobles damas contaban lo maravilloso que eran sus días durante este proceso. Se comprometían con alegría y se hacía mayor cada vez que el vientre de la mujer crecía. Hady, por el contrario, no ha hecho más que desaparecer cada síntoma con magia. Es como tenerlo pero sin que sea suyo.

La reina doradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora