Capítulo 17. No juegues, amigo. Puedes perder.

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—Tienes que responder con sinceridad —exigió Colette, aún tensa por el momento apasionado que había experimentado minutos antes.

—¿Tú también lo harás?

—Recuerda que aquí el detenido eres tú.

Eddy sintió una descarga de excitación en el estómago que lo obligó a morderse los labios. Acababa de echar un delicioso polvo con esa mujer, pero seguía sintiéndose ansioso. No había quedado saciado.

—¿Qué quiere de mí, oficial?

Colette respiró hondo y se irguió para mantener su imagen autoritaria y no demostrar lo derretida que estaba por dentro por culpa de las atenciones que había recibido de él. Seguía captando en su piel el toque delicado de sus manos y en su boca aún permanecía su adictivo sabor.

—Necesito las fotos que tomaste hoy de Malloy y Buffé.

Eddy arqueó las cejas y sonrió.

—Eso tengo que discutirlo con mis compañeros, y con mi jefe.

Ella se frotó las manos con inquietud y apretó la mandíbula.

—Necesito demostrar que el comisionado está detrás de la red de corrupción.

—Esas fotos no son concluyentes, solo demuestran una infidelidad. Si hubiéramos grabado la conversación habría sido distinto, pero no tengo tantos recursos.

La cara de Colette se comprimió con un gesto de desagrado y comenzó a balancearse con nerviosismo hacia adelante y hacia atrás.

—Puedo conseguir micrófonos y... sistemas satelitales.

Eddy la observó estupefacto un instante, tratando de comprender la información que ella le daba. Se cruzó de brazos y estuvo unos segundos pensativo antes de hablarle.

—¿De verdad estás sola en todo esto?

Colette amplió los ojos, como si la hubieran pillado con las manos en la masa.

—¡No! —alegó molesta, simulando evaluar los alrededores para no darle la cara.

Eddy sonrió divertido.

—¿Por qué me da la impresión de que me engañas? Ya lo hiciste diciéndome que este caso era un asunto del estado, pero nadie quiere meter sus narices en él.

—¡No lo hago! —respondió furiosa, pero sin poder evitar mostrar su nerviosismo. Más aún, al ver la actitud burlona del hombre—. Escucha, no tengo mucha autoridad en el departamento, ¿entiendes? Dependo de mi jefe, pero no quiero seguir haciéndolo. Él no cree en mí, ¡en mis capacidades! —alegó dolida y lo miró con los ojos húmedo—. Este caso es importante para mí —contestó con voz tenue.

Eddy la observó con atención antes de responderle.

—Entiendo. Resolver este caso te dará un ascenso que te permitirá quitarte de encima a tu injusto jefe. ¿Es así?

Ella apretó los puños para controlar su enfado.

—Dijiste que compartiríamos información —apuntó, para cambiar el tema.

Él jamás comprendería todas las ansiedades y desasosiegos que ella tenía atorados en el pecho. Necesitaba hacer algo bien, destacar, independizarse, que dejaran de etiquetarla y disminuirla. Aquello era demasiado complejo para hacérselo entender a un hombre que solo pensaba en sexo.

Eddy se puso de pie en medio de un suspiro.

—Escucha, no tienes recursos, cariño. No tienes nada que darme a cambio.

—¡Tengo contactos en la policía, puedo hallar recursos! —se apresuró en responder.

Él arqueó las cejas.

—¿Tu jefe te dejará sacar equipo de la policía a pesar de que canceló la operación porque su trabajo está en riesgo y sabiendo que lo usarás conmigo, el periodista impertinente metomentodo? —Colette retrocedió un paso, impresionada por las verdades que él expresaba.

—Puedo hacerlo —dijo con voz baja, como de derrota. Eddy se conmovió por la pena que reflejaba, pero ella enseguida recuperó su altivez. Odiaba mostrarse vulnerable—. Dijiste que íbamos a compartir y no me has dado nada a cambio.

—No hemos llegado a esa parte —dijo y se aproximó a la mujer con intención de tomarla por los hombros para calmarla, pero ella retrocedió enseguida, incomodándolo con su rechazo.

—Hoy tomaste más de lo que te correspondía —expuso y lo señaló con un dedo acusador—. Quiero mi información.

Eddy se irguió y apoyó las manos en las caderas. La repasó de pies a cabeza recordando la sedosidad de su piel de terciopelo, que había vibrado como la de una adolescente inexperta mientras sus manos y boca la recorrían entera.

—Si hablas del sexo que tuvimos, eso no era parte del trato. Solo fue un aperitivo para romper el hielo.

Los ojos de Colette se llenaron de rabia y espanto.

—¡¿Soy un aperitivo para ti?! —reclamó ofuscada. Eddy quedó sin palabras ante ese arrebato—. Eres un miserable. ¡Un aprovechado!

Él alzó las manos mostrando las palmas en señal de rendición.

—¡Ey, calma! No me aproveché de ti, cariño. Fuiste tú quien me trajo a este lugar y me secuestró.

—¡Yo no te secuestré! —alegó y rugió de impotencia—. Dijiste que compartiríamos información. ¡Que me ayudarías a cambio...!

—¡Colette!

Un grito en el exterior la interrumpió y la hizo rugir de nuevo.

—¡¿Qué?! —preguntó irritada y corrió a la puerta para atender el llamado.

Eddy la observó con las cejas arqueadas y con una sonrisa divertida en el rostro. Le gustaba esa mujer. Su pecho no dejaba de palpitar con furia por esa belleza de personalidad algo infantil, pero a la vez, ruda y salvaje.

Colette salió hacia la entrada del galpón y de nuevo apareció el moreno de mediana edad con el que había discutido antes.

—Mi jefe está por llegar y le avisarán que estás aquí, ¿qué digo?

—Nada. Ya nos vamos —respondió furiosa.

—Sabes que no es necesario...

—Ya nos vamos. No voy a ponerte en un aprieto. Dame unos minutos. —El hombre asintió con pesar y se retiró. Ella cerró la puerta y volvió con Eddy—. Vamos —ordenó, viendo con satisfacción que él cumplía su petición sin oponer resistencia. Se sentía muy incómoda como para seguir con una discusión.

Salieron del galpón y subieron al auto. Él se mantuvo a su lado en silencio, observando su rostro adorable que se hallaba tenso por la forma en que estaban ocurriendo las cosas.

—¿Usas a menudo ese lugar para torturar a tus víctimas? —preguntó al estar fuera de la fábrica.

—No es tu asunto —respondió ella sin mirarlo y con la mandíbula prieta.

—Espero haber sido el único con el que tuviste sexo allí.

Colette apretó las manos en el volante demostrando la ira que la embargaba y detuvo el vehículo de forma imprevista en medio de la calle.

—Fuera —exigió, sin mirarlo a los ojos.

—¿Qué? —preguntó, confundido.

—Baja del auto —ordenó—. ¡Ahora! —enfatizó, al notar que él seguía inmóvil, viéndola con incredulidad.

Eddy respiró hondo, tragándose la rabia que le había bullido en las venas por ese nuevo y duro rechazo. Esperó un instante pensando que ella entraría en razón y cambiaría de parecer, pero la actitud inflexible de la mujer lo hizo comprender que eso no ocurría. Estaba muy enfada y él no comprendía los motivos.

Bajó del vehículo hecho una caldera de rabias e inconformidades, aunque seguro de que pronto tendría una oportunidad para obtener más de esa chica, pues no había quedado saciado de ella.


Sé mi chica (Romance erótico) (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora