Capítulo 22. ¡Volviste al ruedo!

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—¡¿Hijo?!

A Colette le costó pronunciar aquella palabra. No por lo que ello significara, sino por lo que la convertía a ella.

—¡Hemos tenido relaciones sin protección! —expresó él con obviedad y alzando los hombros—. No me había detenido a pensar en eso hasta anoche. Cuando no te cuidas, hay consecuencias.

Los ojos de la mujer casi se salían de sus órbitas.

—Esa no es la única consecuencia.

Él negó con la cabeza.

—Seré promiscuo, pero me sé cuidar. Estoy sano.

—¿Te sabes cuidar? —agregó entre nerviosa y ofuscada— Ya veo que te cuidas muy bien, ni un solo condón has tenido a la mano las veces en que hemos estado juntos.

—¡Cómo podía tener condones, si siempre me secuestrabas! —acusó, señalándola con un dedo.

—¡¿Yo?! —preguntó fuera de sí—. ¡Qué patán!

—¿Me llamas patán? —Eddy se levantó y se aproximó a ella con pose severa, inquietándola—. Me secuestraste y esposaste mientras trabajaba, cariño. ¡En las dos oportunidades en que estuvimos juntos! ¿Cómo querías que tuviera un condón?

Colette apretó los labios, quedando muda un instante.

—Tú me provocaste. Es tu culpa —dijo con rabia.

Eddy respiró hondo y se irguió, sin apartar su mirada decidida de ella.

—Está bien, échame la culpa si quieres. La acepto. —Alzó las manos en señal de rendición y se alejó un poco para darle espacio—. Igual necesitamos hablar y llegar a un acuerdo. Tal vez, ahora podríamos ser padres. Seré un canalla, pero no soy irresponsable.

Colette negó con la cabeza y se frotó las manos en el rostro.

—No seas idiota, Eddy Bass, y no te equivoques conmigo. —Lo observó con fijeza, asumiendo una pose dura e intransigente—. No me veas como una mujer débil o ingenua, porque no lo soy. Tengo el control total de mi vida, así que lo mejor es que te vayas y me dejes en paz. Debo ir a trabajar.

—Colette, escucha...

—Vete —pidió, interrumpiéndolo. Él respiró hondo.

—No puedo. Yo...

—Vete de mi casa. Ahora —exigió con severidad. Eddy apretó la mandíbula con frustración. Ella afincó una mirada dura en él dándole a entender que estaba realmente molesta.

—Está bien. Por ahora me iré, entiendo que debes tranquilizarte y que tenemos tiempo para hablar. —Caminó hacia la puerta, pasando junto a ella. Colette estaba tan tensa que no se movió ni un centímetro para encararlo o despedirlo. Mantuvo la vista al frente, con los ojos humedecidos por la rabia y el miedo—. Te llama...

—¡No! —lo silenció, girando la cabeza hacia él para traspasarlo con sus ojos amenazantes—. Yo te llamaré o buscaré cuando sea necesario. ¿Entendiste?

Eddy la observó un instante, con soberbia, pero luego alzó los hombros y se mostró indiferente.

—¿Cómo quieras, belleza?

Abrió la puerta sin perderla de vista, compartiendo con ella una mirada desafiante hasta que salió del departamento. Al estar solo, sonrió con malicia. Colette aún no conocía su testarudez y su serio problema con las órdenes, pero ya tendría tiempo para eso, porque quería que aquello durara mucho. Más de lo que estaba habituado a compartir con una chica.

Le fascinaba demasiado esa mujer, por eso se había inventado la duda del niño para acercarse de nuevo a ella. Le encantaba su fuerza y su orgullo, así como su actitud arisca, que le hacía volar su libido y sus fantasías. Al menos, cumplió su cometido, la perturbó con su presencia. Ahora ella no dejaría de pensar en él, así como él no dejaba de pensar en ella.

Colette había quedado de piedra dentro de su departamento. Los nervios le impedían respirar con normalidad. Por instinto se acarició la panza, sintiendo un escalofrío. Sabía que era imposible que estuviera embarazada, se cuidaba mucho para evitarlo, pero la idea la turbó.

«Eres igual a tu madre», le reprochaban siempre, y nunca quiso ser así. Luchó día y noche por ser diferente, por alejarse cientos de kilómetros de esa personalidad descarada, libertina y desprendida. No quería ser una mujer incapaz de amar, o de perdonar. Una mujer que toda su vida actuaría movida por sus pérdidas y rencores.

Ser madre para ella significaba un calvario, porque creía que eso la llevaría más a comportarse como su propia madre, y no deseaba eso.

Apretó los puños sobre su panza y cerró los ojos con fuerza, negando con la cabeza. Debía esforzarse por olvidar sus angustias y regresar a la calma, para enfrentar su pesado día. Maldijo a Eddy internamente por perturbarla siempre de esa manera, rompiendo su control. Se juró a sí misma vengarse de él y sonrió con malicia al ver al enorme oso de peluche que había sido olvidado sobre el sofá.

Sabía cuál era la mejor táctica para domesticar a ese sujeto arrogante e impertinente y quitarle el poder de fastidiarla. Resolvería sola el caso de corrupción, sin que él se enterara de nada. No permitiría que ese hombre ganara más batallas.

En su departamento, Eddy movía sus contactos para ubicar a Jimmy Carter y conocer sus nuevas acciones. Él sabía que si la policía estaba tan inmiscuida en la vida y obra del chico, sus amigos de los bajos fondos lo estarían aún más.

Rigo le debía varios favores. Eddy se aprovechó de eso y lo instó a informarse, obteniendo de él valiosos datos. Antes de la media noche se apareció en el piso de Leroy enfundado en un grueso abrigo y con una sonrisa triunfal en el rostro. El moreno lo recibió en medio de un suspiro de resignación, en camiseta y calzoncillos, con el pelo alborotado y marcas de sábanas en el rostro.

—¿Trajiste café? —preguntó con desagrado y con la voz gruesa por el sueño.

—Y rosquillas —respondió Eddy y levantó una bolsa de papel para colocarla frente a su cara. Leroy se la quitó de mala manera y le dio la espalda para dirigirse a su cocina.

Eddy lo siguió, cerrando la puerta tras él. Minutos antes se había comunicado con el moreno contándole sus avances, por eso, este lo esperaba.

—Que no sea otra de las tuyas, Eddy. No estoy de ánimo.

—La información está confirmada por dos fuentes. Sé dónde va a estar Carter esta noche. Allí le quitaré el teléfono móvil.

—¿Y para qué me despertaste? Podías ir solo.

—¡¿Solo?! —expuso deteniéndose frente a su amigo, que abría la bolsa sobre una encimera para sacar el vaso de café—. Es nuestro caso, compañero. No sería capaz de quitarte la gloria.

Leroy gruñó, pero suspiró aliviado al darle un sorbo al café. Luego señaló a Eddy con un dedo en señal de advertencia.

—Sin sorpresitas. ¿Entendido?

—Entendido —respondió entusiasta, aunque Leroy lo que hizo fue poner los ojos en blanco y resoplar de fastidio. Le dio la espalda para ir a su habitación y vestirse para dar inicio a una nueva aventura, que esperaba no fuera tan riesgosa.

Al quedar solo, Eddy celebró que su amigo había aceptado su propuesta cerrando los puños frente a sí y gritando un «Sí» triunfal. Esa noche le robaría el teléfono móvil a Jimmy Carter y obtendría su valiosa lista de contactos, así como las pruebas que lo implicarían con el congresista Dorian Patterson y que permitirían que conquistara definitivamente a Colette.

No descansaría hasta tener a esa mujer entre sus manos, rendida a él. Ese se había convertido en su motivo de vida.


Sé mi chica (Romance erótico) (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora