Capítulo 4. Eddy, Eddy, ¿cuándo aprenderás?

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Entrar en la sala VIP no fue tarea difícil. Rigo, un sujeto bajo, regordete y sin cabello en el centro de la cabeza, tenía contacto con el dueño de la discoteca. Este era uno de sus clientes gracias a la venta de estupefacientes y medicinas sin récipe.

A Eddy y a Leroy los conoció en una fiesta en un club de apuestas, en medio de un allanamiento policial. En esa ocasión, cuando los presentes descubrieron a los oficiales, corrieron en bandada acabando con los muebles y la decoración.

Rigo desde niño siempre fue lento y torpe para las carreras, cayó al suelo, siendo aplastado por algunos y estando a punto de ser atrapado por los policías con los bolsillos llenos de droga. Eddy lo rescató y, junto a Leroy, lo sacó por una puerta de servicio. Él les agradeció el gesto, pero, al enterarse de que ambos eran periodistas, les servía de informante para que hallaran algunas exclusivas. Por eso los acompañaba esa noche en la discoteca.

—No se pueden acercar, o los volverán cenizas. Los guardaespaldas son criminales con largo prontuario —les advirtió, paseándose por el lugar con disimulo—. Si eso pasa, no tendrán escapatoria.

En un rincón se hallaba, sentado en muebles tipo lounge, Kevin Patterson, el hijo de uno de los congresistas del estado. Un chico alto, pecoso y rubio, que se comportaba como si fuera una estrella de Hollywood. Lo acompañaban un trío de mujeres, bellas y esculturales, haciéndoles la corte, y el sujeto que Eddy y Leroy perseguían: Jimmy Carter, un joven de mirada escurridiza que no paraba de fumar puros manteniendo la cabeza baja, para que la visera de su gorra le tapara la cara.

—Aquí estamos bien —comentó Leroy, sentándose en un sofá al otro extremo de la sala, y frente a ellos, con una sonrisa perversa dibujada en los labios. Aquel encuentro era el que necesitaban para dar fuerza al artículo que preparaba con Eddy para el diario.

Despachó a Rigo con un movimiento de manos, ya que este se notaba ansioso por atender a sus clientes que ese día estaban más ebrios que de costumbre y pedían mercancía sin parar. Enseguida comenzó a preparar su teléfono móvil para tomar fotos de la reunión.

—Hay demasiada seguridad —se quejó Eddy.

—Será por lo que nos comentó Steven. Esta gente debe estar en algo más gordo que un simple contrabando de información —disertó Leroy, haciendo referencia a su jefe en el diario.

Eddy intentó ponerse cómodo a su lado, pero su inquietud se lo impedía. Sentían que estaban lejos y quería imágenes claras y detalladas. Nunca había investigado a políticos, su especialidad eran los asesinatos y robos, o las guerra entre bandas, pero su jefe le había impuesto aquel caso como represalia por tomar las instalaciones del diario para tener sexo con las editoras, ya que le pareció aburrido y eso fastidiaría al periodista. Sin embargo, pronto descubrieron que la noticia era más grande de lo que habían supuesto y resultaba apasionante.

No solo había sospecha de contrabando de influencias para enriquecimiento ilícito de reconocidos funcionarios públicos, sino que existía la posibilidad de que Jimmy Carter formara parte de una red de corrupción que involucraba a altos cargos de la ciudad, entre otros escándalos menores. Esas fotos, de Carter con el hijo de un renombrado congresista, eran de gran interés.

Se quitó el abrigo al sentirse acalorado y llamó a una anfitriona para solicitar un trago.

—¿Vas a empezar? —reprochó Leroy. El moreno tenía programado estar allí solo unos minutos, tomar las fotos y salir sin meterse en problemas, pues había demasiada seguridad. Sin embargo, supuso que la intención de Eddy era otra.

—Tenemos que disimular —rebatió el aludido—. ¿Ves la cantidad de guardias que hay en el salón? Seguro hay más afuera y no dejan de vigilar a cada ser humano. Si nos ven sospechosos, se llevaran al niño rico, y con eso Carter se irá haciéndonos perder la exclusiva.

Sé mi chica (Romance erótico) (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora