Capítulo 28. Y ser tuyo aquí, allá y en donde sea.

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TIAN

Hace frío. Los dos están tomados de la mano. La sonrisa paciente y cálida de Phupha no abandona sus labios mientras Tian cuenta estrellas. Es difícil, más difícil de lo que pensó a pesar de que el cielo de Pha Pun Dao parece estar hecho de terciopelo. Hay tantas estrellas prendidas en aquel cielo. Hay tantas estrellas brillando sobre los dos que Tian casi puede tocarlas. Pero no, tiene que concentrarse. Hay un deseo que quiere pedir a pesar de que todo el mundo le ha dicho que ahora mismo ya tiene todo lo que ha soñado.

Ha vuelto a la universidad y está en camino de convertirse en uno de los mejores médicos veterinarios de su generación. Su familia lo apoya de nuevo, lo aman profundamente. Su corazón ha dejado de dar problemas y ahora mismo funciona como un corazón decente a pesar de que sabe que tendrá que ser cuidadoso toda la vida.

Y sobre todas las cosas Phupha está ahí, a su lado. Todo el calor del que Phupha está hecho está rodeándolo. Él no está contando estrellas, él siempre decía que no podía pedirle más a la vida pero Tian quería asegurarse de algo: de que nada volviera a separarlos. De que pudieran caminar de la mano por la vida indefinidamente.

Los labios del chico sonríen y Phupha decide cubrirlo con sus brazos. El viento soplaba trayendo consigo las primeras horas de la noche de año nuevo. Y Tian sigue contando estrellas.

100, 200, que nada nos separe.

300, 400, que nuestra vida siga siendo nuestra por muchos, muchos años.

500, 600, que cuando todo vaya mal, sigamos siendo solamente él y yo, Tian y Phupha contra el mundo, Tian y Phupha y nada más.

700, 800, que este amor brille siempre en la oscuridad con la fuerza de mil estrellas.

900, 1000, que jamás estemos lejos, que jamás tenga que sentir que voy a perder a Phupha.

—Lo logré— dice Tian con la mirada llena de luz—. Conté mil estrellas.

—¿Qué deseo pediste?— pregunta Phupha sonriendo de forma divertida.

—Tú sabes qué— dice Tian y Phupha asiente con seguridad—. Solo me estaba asegurando, ya sabes.

—No está de más— dice Phupha y besa sus labios con suavidad—. Nada me separará de ti, Tian. Voy a encontrarme contigo siempre. Jamás me apartaré de tu lado.

Y Tian le cree, Phupha jamás le ha mentido. Desde que lo conoció en su pequeña cafetería, Phupha no ha hecho más que cumplir un sueño tras otro para él. Las promesas de Phupha son más que promesas. El amor de los dos es más que amor ahora. Las estrellas del cielo, miles de ellas, siguen brillando sobre los dos, se han fundido en las miradas de ambos. Y los dos saben que hay algo eterno acerca del otro, algo que los unirá más allá de la vida. Y se sienten felices porque son humanos y tendrán un final pero ¿qué más da? Bajo aquel cielo no hay miedo. Bajo aquel cielo mágico donde miles de deseos han sido pedidos, los dos pueden dejarse llevar por el deseo de ser parte de aquel infinito algún día.

Son finitos sí, pero su amor es eterno. Y esa contradicción los hace sonreír. Son felices. Esa noche no hay dos seres humanos más felices que esos chicos que en contra de todo pronóstico están juntos y se aman, se aman como nadie en el mundo ha amado alguna vez.

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— ¡Felicidades, Phu! ¡Felicidades al nuevo graduado de la facultad de bellas artes!

Todo el mundo revolotea alrededor de Phupha y Tian se aferra a su brazo dejándole en claro a su club de admiradores— que incluye a varios de sus compañeros y miembros de su familia que no pudieron reprimir las ganas de asistir a la ceremonia de graduación— que no va a soltarlo y que no va a dejar que lo abracen de formas poco adecuadas como es su costumbre hacer.

Ojalá que tú. Ojalá que yo. Ojalá que sí.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora