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Damien

Ese viernes estábamos en nuestro pub irlandés de confianza el grupo al completo: Connor, Peter, Leah y yo. Leah era parte del grupo desde hacía años, sin embargo, su cambio de universidad hacía que no nos viéramos tanto como quisiéramos. Era una de las pocas amigas mujeres que tenía y la echaba de menos cuando faltaba a nuestras salidas semanales.

Ese día vino porque quedamos en el centro de Manchester y porque Peter había puesto por el grupo que teníamos los cuatro que había una emergencia.

Supongo que es normal que los amigos se escandalicen cuando no te ven del todo lúcido, y lo entendía, porque yo no lo había estado mucho los últimos días. Llevaba solo dos semanas fuera de casa de Olimpia y me sentía tan extraño... Había estado muy pocas semanas viviendo allí, pero fue ella que hizo que me sintiera como en mi casa. Y me había mudado a la residencia de estudiantes de la uni, lo cuál fue un cambio de lo más brusco. Nadie me esperaba con música y una taza de café por las mañanas, nadie me acompañaba en la cena, ningún gato venía a saludarme al llegar... Me había acostumbrado demasiado rápido a ese ambiente.

Y a ella.

La echaba de menos.

Le hablaba por mensaje continuamente, pero sus respuestas siempre tardaban en llegar y solían ser escuetas.

Estaba considerando seriamente rendirme del todo. Y casi lo hice con el último mensaje que le dejé esa misma mañana.

"Siento que no estás cómoda con esto, así que solo me queda decirte que estaré aquí para todo lo que necesites, cuando sea. Ojalá todo te vaya genial, porque poca gente lo merece tanto como tú, Olimpia. Un abrazo".

Lo leyó y no respondió.

Pero lo entendí. Yo tampoco sabría qué responder, la verdad.

―¿Es por la chica con novio que te gusta? ―me preguntó Leah cuando el camarero nos trajo las cervezas.

―Claro que es por ella ―alegó Peter―. Ya no vive con ella porque se han dado cuenta de que se gustan. Vaya sorpresa ―ironizó.

―Deja que me cuente él las cosas ―lo regañó ella. Me miró―. Sé que necesitas un consejo femenino, así que dispara.

―Me fui porque tanto ella como yo estábamos sintiendo más cosas de las que deberíamos y quería darle espacio para que pensara. Creo que se lo tomó como un "él o yo" y se enfadó. Tenía un cacao importante en la cabeza y, la verdad, entiendo perfectamente cualquier enfado que pudiera tener hacia mí. No sé cómo estaría yo en su situación.

―Es que es jodido.

―Ya ves. Imagina tener un novio gilipollas, aparece un tío que te hace feliz y luego el novio cambia y vuelve a ser el mismo chico del que te enamoraste hace diez años. Cojones, es una putada ―alegó Connor.

―¿Ahora cómo está la cosa entre vosotros? ―cuestionó Leah.

―No está, directamente. Hablamos por mensaje muy de vez en cuando, pero cosas banales y ella no está muy en la labor. Hoy ya le he escrito mi último mensaje, y si algún día me necesita sabe que me tiene aquí.

―¿Te sigue gustando?

―Joder, claro que sí.

―Es que tú tendrías que verlas. Es un mujerón ―le susurró Connor. Yo le di un codazo.

―¿Qué edad tiene?

―Cumplirá veintiséis en unas semanas ―respondí.

―Oh, es mayor.

―Muy poco.

―Ya, ya. Bueno, yo te aconsejo que no te rindas con ella. Ve a verla, hazle saber en persona que estás para ella. Los mensajes y las palabras se las lleva el viento, Damien. Espera una semana o así, y habla con ella en persona para saber cómo está, fuera de conversaciones banales sobre el tiempo o la vida. Todos sabemos qué países están en guerra y que mañana nevará; lo que debe interesarte es cómo está ella realmente y eso no lo averiguarás con un "qué tal" o "cómo va todo" por whatsapp.

Asentí con la cabeza.

Me parecía estupendo lo que me decía y probablemente lo aplicaría, porque no estaba en mis planes desvincularme de Olimpia. No al menos sin haber luchado aunque fuera un poco. Si al hablar con ella me hacía saber que todo estaba genial con Michael y que poco a poco sentía menos cosas por mí, me haría a un lado por mucho que me doliese.

―Qué buenos consejos das siempre. Deberías cobrar por ellos ―le dijo Peter a Leah antes de darle un largo trago a la cerveza―. ¿Qué consejo le darías a un apuesto chico que quiere tener algo con una sordomuda que le tiene un poco de asco?

―Ni hablar ―espeté rápidamente―. Te dije que con Poppy no.

―Bueno, yo ya soy mayorcito para decidir qué hacer ―canturreó.

―¿Por qué te tiene asco? ―le preguntó Leah―. A ver, que no es nada de extrañar, pero tengo curiosidad de las razones de la tal Poppy.

―Porque le dijo que quería tener una cita con ella y el día anterior a su salida se lio con una delante de sus narices ―comentó Connor.

―Yo no sabía que estaba ella allí ―se defendió inútilmente Peter.

―¿Y eso es excusa? Si es que el que nace tonto, sigue tonto hasta la muerte ―murmuré enegando con la cabeza.

Tuve la suerte de que la gilipollez de Peter se llevara la atención del resto y así centramos la conversación en él y en su pito suelto.

Me gustaba pedir consejos para mis problemas, pero no hablar demasiado de ellos. Medité las palabras de Leah, que era de las pocas personas a las que le pedía y aceptaba consejo alguno, pues se le daba bastante bien. Además, me conocía desde que éramos unos críos. 

Siento que este capítulo sea tan cortito. El siguiente ya será más largo.❤️

Lo bueno de lo prohibido ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora