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Damien

El lunes por la mañana desperté en cuanto la alarma del móvil sonó. Había sido mi segunda noche en mi nueva casa y seguía adaptándome al colchón y al ambiente, pero sin duda estaba siendo rápido y agradable. La calefacción estaba casi siempre encendida a una temperatura agradable y moderada, nunca había demasiado ruido salvo el de los coches que pasaban por la calle y el de la música que se ponía por la mañana Olimpia, no lo suficiente fuerte como para despertar a nadie. Ésta no se escuchaba hasta que no se bajaba a la planta baja.

Como me había duchado por la noche, solo me lavé la cara y los dientes, me vestí y me peiné el pelo con los dedos. Metí mi portátil en la bolsa junto a una libreta y un bolígrafo, y bajé tratando de no hacer ruido. La puerta del dormitorio de Michael y Olimpia estaba entreabierta y de ella salía Silver un poco adormilado. Lo agarré en brazos para bajarlo por las escaleras, tal y como hacía su dueña, y lo deposité en el suelo con cuidado cuando llegamos al salón. Se escuchaba la música proveniente de la cocina, por lo que supe que Olimpia estaría allí.

―Buenos días ―me saludó en cuanto me vio entrar en la cocina. Su mano tapaba su boca, la cual parecía estar llena.

―Buenos días, Olimpia.

―¿Qué sueles desayunar?

―No te preocupes por mi desayuno, de verdad, me apaño con lo que sea.

―Siempre hago lo mío, no me importa hacerte algo a ti también.

―Suelo desayunar tan solo un café.

―¿Solo eso? ―Frunció el ceño mientras se apartaba de la cafetera para darme espacio.

―Sí. Tengo una clase ahora y, al acabarla, tengo una hora de descanso antes de la siguiente, así que desayuno en el campus.

―Oh, vale, guay.

Encendí la cafetera, la cual ya había estrenado el día anterior, y metí una cápsula cuando la lucecita se puso verde. Había encontrado mi cafetera preferida, definitivamente. Era la primera vez que veía una cafetera de cápsulas que hiciera cafés tan largos y tan buenos. ¡Se llenaba el vaso entero! Y a mí me iba de perlas, porque me encantaba el café. Olimpia abrió la nevera, sacó un brick de zumo y luego me dio a mí la leche sin que se la pidiera. Se lo agradecí con una sonrisa.

―Aún no te he preguntado qué estudias.

La miré mientras vertía zumo en un vaso de cristal.

―Ingeniería de software ―dije antes de darle un corto sorbo a mi taza―. Último año.

―No tengo ni la menor idea de qué es eso, pero suena complicado de cuidado.

Sonreí divertido. Era lo que todo el mundo dice.

―Bueno, creo que todas las carreras tienen su dificultad. Para mí, esta es fácil, pero porque es un campo que domino a la perfección.

―Interesante... ¿Has hecho prácticas ya o las estás haciendo?

―Ahora mismo estoy trabajando como analista de software con un contrato de prácticas ―expliqué.

―¿Cobras? ―preguntó sorprendida. Yo asentí con la cabeza―. Qué suerte, Damien.

―Ya te digo. Poco, porque es un contrato de prácticas, pero para tirar tengo suficiente.

―¿Sabes si te van a dar trabajo al acabar?

―Sí. Termino mis prácticas en abril y ya me han dicho que irán preparando un contrato nuevo para entonces.

―Eres un afortunado.

Lo bueno de lo prohibido ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora