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Olimpia

Me gustaría decir que, después del arranque que tuvimos en la mansión de los Wester, fuimos a mi casa y seguimos por faena, pero no. No, pero porque Damien no quiso. Yo tampoco quise mostrar mucho interés en ello, porque sabía de sobras que él no querría pasar ciertas líneas tan pronto. Y yo tampoco debería querer, pues hacía solo dos semanas que lo había dejado con Michael, sin embargo... Joder, es que llevaba muchas semanas deseando a Damien.

El beso había sido lo más excitante que había experimentado en mucho tiempo. Y dulce. Y bonito. Porque empezó siendo delicado y tierno, pero sus manos, sus labios, sus jadeos... Fue imposible que la intensidad no creciera.

Y ojalá hubiese crecido más.

Ojalá no hubiésemos estado en esos jardines.

¡Y eso era otra! Me había llevado a una mansión; se acordaba que era un gusto oculto que tenía y había decidido llevarme allí porque era consciente de que mis ánimos estaban un poco en la mierda. Lo pasé muy bien y, además, tomé muchas notas y saqué un montón de fotos para inspirarme en futuros proyectos. Esas fusiones de estilos clásicos de la arquitectura era lo más fascinante que había visto en mucho tiempo.

Ya había pasado una semana desde entonces, pero no nos habíamos vuelto a ver. Y por lo visto aún quedaban unos días para que pudiéramos volver a vernos. Yo estaba ultimando cosas del hostal de Marco, y Damien estaba en temporada de exámenes. Nos llamábamos de vez en cuando, pero yo trataba de que las conversaciones fueran cortas porque no quería entretenerlo. Necesitaba estudiar. Ya hablaríamos y nos veríamos cuando él acabara los exámenes y cuando yo empezara mis vacaciones, en una semana. No tenía planeado nada, probablemente haría una limpieza general en casa y quedaría con las chicas todas las tardes.

Ya se vería.

Era domingo y por lo normal no tendría nada de especial, pero ese día era diferente, aunque a mí nunca me había gustado que lo fuese. Era mi vigésimo sexto cumpleaños. Veintiséis años. El primer cumpleaños en mucho tiempo que pasaba soltera y sin Silver. Era muy extraño. Lo único que me dolía era lo segundo, que no estuviera Silver. Sin embargo, cuando mi hermana y mis padres llegaron a mi casa por sorpresa esa mañana, supe que no pasaría mi día con Silver, pero sí con otra bola de pelo gris.

―Pero ¿y esto? ―susurré cuando vi que mi hermana traía un transportín con un gatito gris dentro.

―Silver II ―canturreó Isla feliz, entrando en casa.

―¡¿Cómo?!

―Feliz cumpleaños, cariño ―dijo papá abrazándome en la puerta de casa. Mamá se unió al abrazo y me estrujaron entre los dos.

―Feliz cumpleaños, bonita mía ―murmuró mamá besándome la mejilla.

―Muchas gracias a ambos.

Les besé la mejilla a cada uno y los hice entrar en casa. Mi atención la tenía Isla y el gatito blanco que ahora tenía en sus manos. Era precioso e igual a silver cuando llegó a casa cuando yo era tan solo una niña. Se me llenaron los ojos de lágrimas.

―Feliz cumpleaños ―me dijo Isla entregándome al gatito.

―¿Es... mío?

―Claro que sí, Oli ―respondió papá a mi espalda mientras acunaba al gato contra mi pecho.

―Es igual a Silver.

―Es familiar de Silver, de hecho ―me dijo mamá.

Me giré para mirarla con los ojos muy abiertos. Ella me sonrió.

Lo bueno de lo prohibido ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora