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Damien

La boda de mi hermana había sido una maravilla y un completo horror para mí. Maravilla, porque vi a mi hermana más feliz que nunca, y sin el estrés de todos los preparativos, de la mano de su novio de toda la vida; y si ella estaba feliz, yo también. Y un horror porque fui el blanco de todas las señoras mayores invitadas a la boda; o bien me querían para bailar, o bien para presentarme sus nietas o hijas; no negaré que alguna se ofreció como sugar mommy, lo cual Peter catalogó como tentador.

Al fin y al cabo me lo pasé bien. Es imposible no hacerlo con un buen dj y barra libre, ¿no?

No negaré que me hubiese gustado que Olimpia me acompañara. De hecho, mi hermana la invitó personalmente cuando se vieron en el hostal de Marco, de cuya decoración se estaba encargando Olimpia. Lo rechazó alegando que Silver estaba bastante decaído y le preocupaba, lo cuál me pareció verídico con un poco de mentira en ello, pues sabía que no querría verme en la boda.

Sin embargo, comprobé que era completamente verdad cuando el jueves por la tarde-noche recibí una llamada de Mei Ling.

―Dime, Mei.

―Necesitamos que nos hagas un favor ―dijo nada más escucharme. Se la escuchaba un poco lejana, por lo que deduje que estaba en el coche y en manos libres.

―Lo que quieras.

―Van a sacrificar o están sacrificando a Silver. Olimpia hoy lo ha llevado al veterinario y le han dicho que tiene una infección que se ha extendido a todos sus órganos y que lo único que queda es sacrificarlo, a no ser que quiera alargar su sufrimiento con tratamientos que solo paliarán un poco los dolores durante unos días.

―Hostia. No me jodas, Mei...

―Sí. Y no sé si lo han hecho ya o si van a hacerlo, pero Olimpia no me coge el teléfono y está sola en la clínica veterinaria. Poppy y yo estamos saliendo de Liverpool, hemos ido a comprar unas cosas, y no llegaremos a tiempo. Ha llamado al gilipollas de Michael y dice que ahora no puede, que está en una partida de billar. Es que lo voy a matar con mis propias manos. O con los palillos metálicos, que esos hacen daño y si están oxidados puede causar infección.

―Voy para allá. ¿Sabes qué clínica es?

―La que hay tras tu universidad. ¿Sabes cuál es?

―Sí, sí. Estoy a medio minuto caminando, la residencia en la que vivo está justo en la calle de enfrente. Voy para allá.

―Gracias, Damien.

―A vosotras.

Colgué, me puse los zapatos, cogí mis cosas y me fui a toda prisa de allí.

El corazón opacaba por completo los sonidos de mi alrededor. No me podía creer que Silver se fuera. Sabía que ocurriría pronto, pues Olimpia ya llevaba semanas diciendo que no estaba muy bien, pero no esperé que fuera en esa situación.

Llegué allí y la vi, sentada en el bordillo de la acera, con las manos cubriendo su rostro. Me acerqué a ella, me senté a su lado y pasé mi brazo por sus hombros para acercarla a mí. Olimpia sollozó y enterró su cara en mi pecho.

―Se ha ido ―susurró con la voz ahogada.

La apreté más fuerte contra mí y la envolví bien con mis brazos, sintiendo una opresión dolorosa en el pecho. Acaricié su espalda con cuidado y dejé que se desahogara en mi pecho. Deposité un pequeño beso en su cabeza.

―Lo siento mucho, Olimpia.

―Gracias por estar aquí...

La separé un poco de mí y le limpié las lágrimas. Su labio inferior temblaba y sus ojos seguían llenos de lágrimas contenidas.

Lo bueno de lo prohibido ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora