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Olimpia

Si había algo más complejo que la química o el álgebra, eran los sentimientos.

Los puñeteros sentimientos.

Desde que Damien se marchó de casa, no fui capaz de moverme de la cocina hasta pasados quince minutos. Le di tantas vueltas a la cabeza que acabé mareada. Por si no fuera poco, reproduje los últimos cinco minutos con él en bucle durante días, hasta que el domingo por la mañana llegó Michael a casa e impidió que pensara más en Damien.

―Tengo trabajo, cariño ―me dijo contento cuando llegó a casa con sus maletas y con una gran sonrisa.

―¿Cómo? ―exclamé sonriendo.

Él asintió con la cabeza y me alzó en brazos cuando llegó a mí para luego darme un sonoro beso en los labios.

―Antes de marcharme hice una entrevista, no sé si te lo dije, y el viernes me llamaron para decirme que el lunes empiezo.

―¡Cómo me alegra, Mich! ¿Es en lo tuyo?

―Sí, redactor deportivo, por suerte.

―Qué alegría me das.

―Voy a salir ahora con los chicos a celebrarlo. ¿Quieres venir?

Hacía meses que no me preguntaba eso, pero...

―Ojalá pudiera, Mich... Tengo que acabar un proyecto cuanto antes y tengo hasta el martes. No me dará tiempo si prescindo de trabajar esta tarde ―murmuré con una mueca.

―Lástima... Deberías tomarte más descansos, cielo. Últimamente trabajas muchísimo.

―Ya sabes cómo son los inicios de proyectos. A partir de ahora estaré menos liada, porque ya será más trabajo mandado.

―Me alegra. Voy a deshacer las maletas.

―Perfecto.

Me besó los labios de nuevo antes de marcharse escaleras arriba.

Y ese, señoras y señores, era el Mich del que me había enamorado.

Me dejé caer en el sofá, agotada emocionalmente, más confundida que nunca y con unas ganas de llorar.

Las cosas con Damien habían cambiado.

Michael volvía a ser el de siempre.

Y yo... Yo no sabía cómo estaba y qué papel tenía en ese momento. Bueno, sí, el de la mala vista desde cualquier perspectiva.

Cuando Michael se fue, ya me avisó de que almorzaba en casa, cosa de la que jamás avisaba. Me quedé allí, sola con Silver en brazos, y un quebradero de cabeza que aún empeoró cuando la puerta de casa se abrió y por ella apareció Damien con tres maletas, lo cuál se me hizo extraño, pues solo se había llevado una de pequeña al irse a casa de su padre.

―Hola...

―¿Podemos hablar, Olimpia?

Quise llorar. Aún más que antes.

Señalé el hueco de mi lado en el sofá y él se sentó tras quitarse la chaqueta. Silver rápidamente se mudó de mis piernas a las suyas.

―Estos días he estado pensando y creo que lo mejor es que me vaya de aquí.

―¿Cómo dices?

―Me voy a marchar de tu casa, Olimpia. Me comprometo a encontrarte a alguien más de cara a febrero y enero te lo voy a pagar entero, con normalidad. Pero me marcharé entre hoy y mañana.

Lo bueno de lo prohibido ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora