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Olimpia

Desperté con mucho dolor de cabeza. Me senté en la cama y sentí una opresión en el pecho al ver la camita de Silver. Cerré los ojos con fuerza y conté hasta veinte, hasta que las ganas de llorar se apaciguaron un poco. Miré a mi lado, en busca de Michael, pero no estaba. Extrañada, miré la hora en mi móvil y vi que eran las nueve de la mañana. Me sorprendí por dos razones. La primera, porque hacía mucho que no me despertaba a esa hora; la segunda, tenía un mensaje de Damien y algunos de Poppy y Mei.

Damien: Te dormiste en el sofá y te subí para que no despertaras con una contractura del tamaño de Europa. Mañana por la tarde pasaré a verte, aunque quiero que me llames si necesitas algo por la mañana, ¿vale? Nos vemos, Olimpia.♥

Mei Ling: Nos ha dicho Damien que te dormiste, así que no osamos venir a tu casa cuando llegamos de Liverpool. NECESITO que me llames cuando te despiertes, es urgente.

Poppy: Hola cielo. Llámanos cuando te despiertes. Te quiero💖

Extrañada, llamé a Mei Ling mientras me ponía de pie.

Hola, Olimpia ―exclamó al momento―. ¿Estás en tu casa?

―Sí, sí... Acabo de despertarme. ¿Qué pasa?

¿Está Michael allí?

―No...

Vamos para allá, que estamos en la cafetería.

―Puedo ir yo si queréis.

No, estamos allí en nada ―dijo antes de colgar.

«Bueno, pues buenos días», pensé.

Fui al baño de mi habitación y me lavé la cara. Tenía los ojos hinchados por haberme dormido llorando. Bueno, llorando y sobre el pecho de Damien.

Tenía la última tarde muy borrosa en mi mente. Solo recordaba los maullidos de Silver al agarrarlo en brazos, su cansancio al levantarse del suelo, la palabra "infección" saliendo de los labios del veterinario, Michael diciéndome que estaba en medio de una partida de billar, al veterinario poniéndole una inyección a Silver y él cerrando sus ojitos delante de mí. Luego, a Damien abrazándome en la calle, él apareciendo en casa y yo dándome cuenta de que lo estaba esperando.

De lo que me di cuenta también fue de que Damien, en solo dos meses, había estado en mis momentos más buenos y los más malos, sin importar el qué. Y Michael no había estado en absolutamente ninguno. NIN-GU-NO.

Me vestí con una ropa acorde a mi ánimo: unos leggins negros y una sudadera gris. Me puse mis zapatillas de andar por casa de Ravenclaw, y bajé al salón, no sin antes coger todas las camitas de Silver. Salí al pequeño patio trasero que nunca usábamos y sacudí con fuerza las camitas, para que todos y cada uno de los pelos salieran volando. Después, las metí en la lavadora.

El timbre sonó cuando puse en marcha la máquina. Fui a abrir pensando que serían Poppy y Mei, pero no.

―¿Pitt? ―pregunté sorprendida.

Pitt era un amigo de Michael desde hacía muchísimo tiempo. Lo conocí el mismo día que conocí a Michael, pero hacía unos meses que no hablábamos.

―Disculpa que haya venido sin avisar, Olimpia, pero...

―Michael no está...

―Ya, lo sé, quiero hablar contigo.

―¿Conmigo? ―pregunté extrañada mientras me retiraba de la puerta para dejarlo entrar―. Pasa.

―Gracias. ―Él entró en la casa y, mientras se quitaba la chaqueta, me miró―. Siento mucho lo de Silver, me enteré anoche.

Lo bueno de lo prohibido ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora