Capítulo 6: Entre la espada y la pared.

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A medida que las calles del pueblo se bañaban en la oscuridad de la noche, los ojos del jefe, fijos en la luna, le mostraban visiones horrorosas de todo lo que podía pasar si no resolvían estos casos lo antes posible. Se sentía tan saturado que pidió a Martínez que condujera en su lugar.

- Te noto mal, Miguel.

- Tranquilo, sólo intento resolver este embrollo. – sus ojos seguían clavados en el círculo brillante, visible a través del parabrisas, justo en frente de este.

- Entiendo que te preocupe, es un problema grave el no saber lo que va a hacer, y mucho más no saber ni quién es siendo tan inteligente. Pero no podemos dejar que nos domine, precisamente, lo que quiere es crear la desesperación en el pueblo.- con las manos en el volante, el oficial Martínez mantenía la vista fija en la carretera. Era un hombre joven, con la cabeza rapada, un pendiente de plata y los ojos grandes y oscuros.

- Martínez, tengo una hija...

- Nadie ha dicho que vaya a ir a por ella Miguel, no pienses en lo peor. Por lo pronto solo ha ido a por hombres adultos.

- No puedo dejar de pensar en ello, no lo entenderías.- Martínez no se había casado, nunca había mostrado ningún tipo de interés en ninguna mujer, no había manera de que entendiese los sentimientos de un padre.

- Tal vez tengas razón, pero eso no quita que debas tener esperanza. Vamos a pillar a ese hijo de puta. Lo dijiste esta tarde, ¿recuerdas?

El jefe sonrió, y miró a la luna, mientras el teléfono vibraba en el asiento trasero.

Pasados unos minutos, llegaron a la puerta principal, y el jefe bajó para abrir mientras Martínez apagaba el motor.

- Jefe, algo suena por aquí.

- Déjalo, terminemos esto rápido- las pisadas del hombre resonaban en el asfalto.

El ambiente era pacífico, no se escuchaba nada aparte de los grillos que se encontraban en las inmediaciones. La distribución del lugar era bastante simple. Todo se encontraba rodeado por una valla de metal, de unos dos metros de alto. Esta tenía la puerta principal, del mismo material, en el lado sur del recinto. La cual daba lugar al principal camino asfaltado por el que los coches del personal de mantenimiento y vigilancia entraban todos los días.

Los demás alrededores estaban completamente verdes. El norte, detrás del embalse, daba lugar a un bosque que de día se veía verde, pero que ahora se limitaba a una gigantesca sombra oscura que ocultaba pinos enormes.

La izquierda daba a una colina también verde, y la derecha, a la elevada montaña en la que Juan... mierda. No te preocupes, estoy bien, es solo que a veces pierdo un poco el hilo. Prosigamos.

El jefe continuó recto hasta llegar a la puerta donde debían buscar el surco, una pequeña habitación con tuberías que se encontraba a la derecha del embalse. Encendió la linterna y apuntó al suelo. Observó lentamente desde su posición hasta el comienzo de la puerta, pero algo captó su atención. Donde antes había estado un corazón, ahora se encontraba una flecha que señalaba hacia el norte. El jefe dirigió su linterna hacia allí, y ordenó a Martínez que buscara la marca de la cuchilla.

Cuanto más avanzaba, la imagen se volvía cada vez más clara. Un estandarte, un estandarte mórbido hecho a base de dos palos cruzados que sujetaban a una oveja abierta, todavía fresca. La cosa no acabó ahí, sino que al acercarse más, el jefe notó un destello, algo que reflejaba la luz de su linterna de forma salvaje. Una diadema enjoyada. La diadema de Diana.

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