Capítulo 12: La marioneta.

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- Héctor, necesito que llames al resto y vayáis, yo vigilo al detenido. Cabe la posibilidad de que todo esto sea para que bajemos la guardia.

- De acuerdo jefe, tenga cuidado.

Entre la confusión el jefe miró a su lado y vio al preso. Seguía de la misma manera desde que comió la noche anterior, murmurando y abrazando la foto.

- José, ¿es esto un intento de algo?

- ...

- ¿José?

El anciano no respondía, permanecía en esa posición, con sus rodillas apoyadas en su estómago y la foto en sus manos, que a su vez se apretaban fuertemente contra su pecho.

- Más le vale que no sea una estrategia. Pues como me dé motivos, lo mismo no llega al juicio.

La amenaza del jefe no parecía evocar ningún sentimiento en el anciano, que seguía con la misma expresión de tristeza en el rostro mientras esperaba su juicio. Puesto que no conseguiría nada insistiendo en la conversación, el jefe decidió ir a por un vaso de agua, pues la noche había sido larga.

Al regresar, la posición del hombre había cambiado, ya no estaba sentado, sino tumbado de lado, y su cara había perdido toda expresión.

Cuando reconoció el estado del anciano, el jefe marcó al primer contacto que tenía, con el propósito de socorrer al anciano. Pero como Martínez no respondía, marcó a Héctor al instante.

- ¡Se está muriendo, parece asfixia! ¡Mandad a alguien, dónde coño está Martínez!

- Jefe... es Julia.

- ¡¿Qué?!

- Nos hemos equivocado jefe, nos han engañado, y nos lo acaba de demostrar. ¡José no ha hecho nada!

- ¡¿Dónde coño está Martínez?!

- No lo sé jefe, no responde, y según dicen, no está en su casa.

El jefe recordó que Martínez se encargó de guardar su casa y proteger a su familia. Sus manos temblaban, la situación era un completo jaque mate a todo el cuerpo de policía. El jefe lanzó el teléfono lejos y socorrió al anciano por su cuenta.

- Dolo...

- José deje de hablar, necesito que se calme, voy a sacarle de aquí.

Pero era tarde, y el anciano comenzó a convulsionar. Los movimientos eran tan brutales que hacían retroceder al jefe.

-No... no... José, perdóneme, perdóneme por ser tan ingenuo- la imagen se volvía borrosa debido a las lágrimas.

La cara del anciano se retorcía, pálida y de aspecto momificado, la cara que probablemente atormentaría al jefe durante el resto de su vida, pues él mismo había provocado la muerte de un hombre que estaba protegiendo a su familia.

-¡José incorpórese! ¡Vamos!

Para el momento en el que el pobre anciano dejó de temblar, su pulso había desaparecido, y el jefe comenzó a abrazar a aquel pobre cuerpo, a aquella marioneta cuyos hilos habían sido cortados esa misma noche por su dueño. Todo indicaba a que el asesino seguía suelto, y deshaciéndose de las pruebas una a una.

Lo abrazó fuerte, como si quisiera darle parte de su propia vida. Como si quisiera volver atrás en el tiempo, y no encerrarlo nunca, pues no lo merecía.

Después de unos minutos pidiendo perdón al cadáver del admirable anciano, el jefe se levantó invadido por el miedo que le provocaba la desaparición de Martínez, pero antes, observó aquella cara. Una cara vacía, que antes había luchado con su propia vida, por proteger lo único que le quedaba después de que su mujer falleciera... él había matado a ese hombre.

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