Capítulo 10: Expertos trapecistas.

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Después de una larga pausa durante la cual solo se escuchaban las respiraciones de los dos agentes y los golpes nerviosos del joven en el suelo, la puerta de cristal se abrió y una anciana entró por ella. Doña Encarna era una mujer moldeada por los años, de baja estatura y con una mirada seria que le venía de fábrica. El mal genio también era otra de sus cualidades, y lo demostraba día a día.

- ¿Ya os habéis aprovechado de mi niño? – la señora observaba la escena, y se puso a la defensiva en cuanto vio la cara de su hijo. –Sois unos sinvergüenzas.

- Nadie se ha aprovechado de nadie, solo hacemos nuestro trab...

- ¡No sueltes prenda mamá! ¡Me están culpando los rastreros estos!

- Daniel, baja la voz – el jefe se levantó de la silla y se dirigió lentamente hacia donde se encontraba la señora. El muchacho dejó de hablar y miró al suelo.

- Sé sentarme yo sola, date la vuelta. – la señora miró de arriba abajo al jefe, y seguidamente observó a su hijo en busca de alguna señal de abuso.

- No, no lo he tocado.

- No he preguntado.- la respuesta, rotunda, dio lugar a unos segundos de frío silencio.

- Bueno Doña Encarna, no hemos empezado bien, pero creo que podemos comenzar desde el principio. Hoy me dispongo a hacer mi trabajo, agradecería de corazón su colaboración- la sonrisa forzada del jefe se salía por completo de su personaje.

- Responderé a lo que me salga del alma. Aquí parece que estáis solo cuando queréis, pero cuando una necesita ayuda...

- Tome asiento, por favor. ¿Quiere agua? – el jefe comenzó a inclinarse hacia la mesa, como de costumbre.

- No quiero nada. Termine rápido.

- De acuerdo. Explíqueme por qué ha venido usted a recoger a Sofía en lugar de Don Armando. Por cierto, Daniel. – el jefe se giró hacia el muchacho y le invitó con un gesto a salir de la habitación.

- Disculpe. –el muchacho salió y se quedó detrás de la puerta de cristal, refugiado bajo la sombra del edificio.

- Ahora, adelante.- el jefe sonrió a la anciana.

- Pues porque el hombre está trabajando, ¿a mí que me cuenta?

- Le cuento que conozco la razón.

La señora cambió su expresión y miró nerviosamente al jefe, esa mirada parecía pedir ayuda.

- Quiero ayudar al pueblo, no estoy aquí para hacerles mal.

- Hijo, no ayudas metiéndote en las casas de los demás. Deja que las puertas permanezcan cerradas y así al menos la cosa quedará ahí.

- Pero es su amiga, ¿no? Debería querer ayudarla a salir de esa cárcel.

- Esto es una cosa que debe solucionarse a base de tiempo. En un pueblo tan pequeño, meterse en esos líos solo puede hacer que uno acabe...

- No termine la frase, por favor- estaba pensando en el embalse, a pesar de no ser lo que la señora quería decir.

- Mira hijo, lo siento mucho, pero no quiero que me salpique.- la mujer acomodó sus brazos en su regazo, cambiando de postura de una forma torpe. Sus rizos descuidados, mostraban que había sido un día frenético.

- Por lo menos cuénteme sobre la situación, así podré actuar por mi cuenta. Le prometo que no se manchará.

- ¿Seguro?- la cara de la anciana, iluminada por la ilusión, dejaba ver que hacía ya mucho tiempo, no experimentaba un sentimiento tan positivo.

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