Capítulo 14: Apaga las luces.

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El coche llegó, y bloqueó la única salida que tenían los dos agentes. A la dificultad de salir marcha atrás se le sumaba ahora un obstáculo.

Y allí se bajó, con un paso firme y decidido, un varón delgado, que rastreaba sus botas lentamente, levantando tierra. Cuando terminó la tarea, jugueteó con un objeto que se encontraba dentro del vehículo.

- Sé que estáis ahí, agentes –el joven hablaba con un tono burlesco a medida que apoyaba la escopeta en el suelo con chulería – ¿De verdad tenemos edad para jugar al escondite?

A pesar de no hablar, los dos agentes se miraron sorprendidos al reconocer la voz de aquel sujeto, no era posible. Y si lo era, era el mejor criminal conocido hasta la fecha por el jefe.

- Bueno señores, empezaré por allí al fondo y seguiré hasta que os encuentre. O tal vez antes os cagáis encima y empezáis a llorar, pues parece que no sois hombres aún.

- Héctor, no –el jefe susurró lo más bajo que pudo, y consiguió que aquel monstruo no lo escuchara. El joven iba a lanzarse, motivado por la ira.

- Era su amigo...y fue él... - el joven agente comenzó a sollozar, y abandonó la idea de luchar.

- ¡Callaos! ¡He dicho que ganaré yo!- el joven lanzaba manotazos al aire de forma caótica.

Los dos agentes temblaron pensando que aquellas palabras iban dirigidas hacia ellos, pero pronto observaron al hombre realizando aquellos movimientos extraños, ¿estaba hablando solo o había alguien más en el coche?

El joven dio un golpe en el suelo con el arma gigantesca que portaba, y comenzó a andar hacia el embalse.

- No creo que os guste nadar, y menos aquí después de todo... -no dejaba de reír a medida que hablaba. Era una risa macabra, no podía ser la risa de una persona cuerda.

Siguió bordeando el gran embalse y se dirigió a la habitación donde José solía hacer su trabajo, una vez allí, se llevó las manos a la cara y frotó con fuerza.

- Mierda, se me ha olvidado la llave en casa. Tal vez fue porque os subestimé y no pensé que fuera necesario –cada vez que reía, se erizaba la piel del jefe, parecía otra persona, no el chico educado que se sentó aquella tarde a responder a sus preguntas. –Por cierto, jefe, sé que a ti también te han dicho cosas. Sé que estás aquí gracias a ellos. ¡Sé que tú también los escuchas! ¡A los muertos!

Y mientras golpeaba la puerta con la escopeta, los dos agentes salían de debajo del coche y abrían las puertas lentamente, mirando al monstruo que se encontraba de espaldas a unos cuantos metros de ellos.

- ¡Que os calléis! ¡Yo gano! ¿Queréis saber por qué? –los dos agentes escuchaban al joven desde detrás del parabrisas, listos para arrancar- ¡Porque ya no hay poli!

El joven se giró en un instante, y con su arma bien colocada, disparó una ráfaga que perforó el parabrisas y al joven oficial que acompañaba al jefe. Y mientras arrancaba y arroyaba el vehículo que obstruía su salida, el jefe gritaba alcanzando la máxima intensidad que su cuerpo le permitía.

- ¡He ganado yo!

Y mientras descendía por aquel sinuoso camino, los disparos resonaban en el embalse.

- Jefe... póngale flores... yo nunca...

Y el joven agente dejó de moverse, en el regazo del jefe, después de haberle protegido.

- ¡No! ¡No! ¡Héctor! – pero el chico ya no se movía -¡Dios!- golpeó su cabeza reiteradas veces, y después secó sus lágrimas, sabía que era imposible salvarlo...

El sol comenzaba a asomar en el horizonte, y aquella carretera ubicada en la montaña, mostraba el amanecer en el pueblo, un amanecer que ahora parecía mucho más brillante que nunca.

El jefe tomó su teléfono y marcó:

- Necesito que difundáis el mensaje de alerta, solo lo diré una vez así que escuchad con atención porque aquí comienza la guerra:

Quiero que todos los agentes disponibles se dirijan a comisaría después de avisar a todo el pueblo de que se convoca un toque de queda inmediato. El hijo de Manuel el del bar es la cabeza pensante, necesito que seamos superiores a él por primera y última vez.

- Jefe, me temo que solo quedamos dos, Alberto y yo...

- Me da igual, solo quiero que el pueblo se refugie y que vayáis a comisaría para armaros.

- Recibido, vaya con cuidado jefe.

- Si... -el jefe lanzó el teléfono al asiento trasero y observó a su compañero, abatido e inexpresivo. Se le revolvió el estómago.

Cuando el jefe llegó a comisaría, recogió su equipamiento y sacó a Héctor de la camioneta, para dejarlo en un lugar seguro hasta el momento de la calma, pues el joven merecía el más digno de los entierros.

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