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Steve daba clases en línea unas pocas horas a la semana y también era artista digital

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Steve daba clases en línea unas pocas horas a la semana y también era artista digital. Aquello no era un gran trabajo, pero daba para vivir y en México, lo que podía ser una modesta cantidad de dinero se volvía un patrimonio considerable.

Esa era la única cosa que le gustaba del país, odiaba México y para ser justos, también odiaba Estados Unidos. De hecho, odiaba prácticamente cualquier sitio que había visitado, nunca nada se acomodaba a sus gustos, a veces hacía mucho calor, o mucho frío, o llovía o no llovía, cualquier cosa era una buena excusa para odiar y eso se le daba bastante bien.

—Quédate quieto Bobo —llevaba un par de horas sentado frente a la computadora haciendo las ilustraciones para las etiquetas de unos termos cuando el perro comenzó a molestarlo, pidiéndole su atención en forma de cabezazos y ladridos. Cuando fue obvio que no se iba a rendir se giró hacia el animal y le miró a los ojos—. Bueno ¿Qué quieres? —se quejó, frunciendo el ceño.

Bobo ladró hacia la puerta y Steve se levantó para abrirla, de inmediato un torbellino café se lanzó sobre su perro y comenzó a jugar con él.

Aquiles —dijo—. Por fin se tu nombre.

La barda que lo separaba del vecino no era lo suficientemente alta como para separar a aquellos animalitos, desde que llegó cada tarde Aquiles se pasaba a su lado del patio para jugar con Bobo. Steve se inclinó para acariciarle la cabeza y luego los dejó ser.

Por lo visto el vecino era lo suficientemente distraído como para no darse cuenta que alguien llevaba dos meses viviendo en casa de su vecina y que su perro pasaba las mañanas y a veces las tardes metido ahí.

Steve odiaba casi todo menos los animales.

¿Quieres bocadillos? —le preguntó. Aquiles entendía mejor el inglés que su dueño, porque se paró en dos patas sacando la lengua en cuanto lo escuchó pronunciar aquellas palabras. Steve le regaló una galletita y le dio otra a Bobo.

Estaba preparándose para continuar con sus actividades cuando su hermana le llamó. Steve era el menos de tres, Antony era apenas un año mayor y Stella le llevaba tres años, así que todos tenían edades muy similares, sin embargo, de los tres era Stella era la única que pareció construir una vida formada que podía considerarse convencionalmente exitosa.

Suspiró.

Cuando contestó la llamada se encontró de frente con la imagen de la mujer más rubia, blanca y con los ojos más azules que había conocido. Los tres eran iguales, a veces la gente pensaba que eran trillizos, ver su cara junto a la de sus hermanos lo enfermaba, así que se dejaba la barba.

En realidad no había razones para odiar el parecerse a su familia, pero instintivamente solía rechazar casi cualquier característica que lo hiciera demasiado parecido al promedio. Era probablemente la única cosa buena de vivir en México, aparte del asunto monetario, era que prácticamente no había nadie igual a él.

A mexican beautyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora