OCHO

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Llegaba uno de los momentos clave: ahondar en los antecedentes.
-Isaac Costas.
Era el amigo de Gabriel, el que mejor podía contar, además de él mismo, lo sucedido el jueves, el día anterior a la rotura del móvil. Vanessa lo había escogido porque no quería que fuese el propio afectado el que contara el relato de su humillación. A estas alturas ya la conocían todos, formaba parte de los supuestos motivos para la venganza.
Lamentablemente, Isaac podía ser más un testigo de cargo contra Gabriel que una defensa.
El chico pasó por entre las dos sillas ocupadas por ellos, Gabriel y Eric, sin mirar a ninguno. Sus ojos estaban fijos en Vanessa, y había en su expresión una significativa incomodidad próxima a la tortura, una muda súplica de «no te pases» dirigida a la mediadora jefe. Isaac Costas era el clásico chico gordito, incapaz de jugar al fútbol o de destacar en ninguno de los juegos propios de los varones de la escuela, aunque cada vez eran más las chicas que también los practicaban. Había crecido sin padre, bajo las alas de una madre superprotectora, y todavía no se sentía con fuerzas suficientes para reclamar una identidad propia, un espacio natural en el que afianzarse y crecer como persona. La mayoría, sin embargo, le adoraba: era un buen compañero, hacía favores, se tragaba más de un marrón ajeno, colaboraba al máximo y siempre se podía contar con él.
Ni siquiera los matones del instituto se metían excesivamente con su persona.
Al sentarse en la silla, se empequeñeció un poco más.
Vanessa le dirigió una sonrisa de ánimo.
Isaac tragó saliva.
-Sabemos que eres el mejor amigo de Gabriel -fue lo primero que dijo Vanessa.
No era una pregunta, pero se la tomó como tal.
-Sí.
-Tú estabas con él el jueves, a primera hora, caminabais hacia aquí.
-Sí.
-¿Puedes contarnos qué sucedió?
Isaac miró a Gabriel Durán por primera vez desde su aparición en escena. Pareció pedirle su consentimiento, y también perdón. Su expresión se hizo más retorcida, como si tuviera un repentino dolor de estómago.
Gabriel se encogió de hombros.
Su gesto fue claro.
«No importa. Adelante ».
Isaac volvió a mirar a Vanessa.
-Llegábamos temprano, cinco minutos antes. Paco Serrés iba a enseñarnos unos cómics.
-¿Y?
-Apareció él -señaló a Eric Padilla con la cabeza.
-¿Os esperaba o algo así?
-No, fue fortuito.
-Vamos, Isaac -lo apremió Cristina -. No esperes a que te hagamos todas las preguntas. Sabes qué queremos que nos cuentes.
-Bueno -bajó la cabeza.
Y se quedó mudo.
-¿Estás bien? -preguntó Carlos.
-Nos tropezamos con Eric en el descampado que hay al otro lado de la avenida. Gabriel y yo siempre acortamos por ahí cuando nos encontramos a mitad de camino de nuestras casas -comenzó a hablar Isaac-. Eric acababa de mear... de orinar entre las piedras. Ni siquiera lo habíamos visto.
-¿Cómo sabes que no os esperaba?
-Porque dijo: «Vaya, mira a quién tenemos aquí ». Y nos insultó.
-¿Os insultó?
-Hizo uno de sus habituales comentarios despectivos.
Eric Padilla lo taladraba con la mirada. Estaba rojo. Isaac Costas seguía con la cabeza baja.
Vanessa no quiso preguntarle «la clase de comentario despectivo».
-¿Qué hicisteis vosotros?
-Seguir andando.
-¿No respondisteis?
-No.
-¿Y él?
-Se puso detrás de nosotros, y siguió metiéndose con los dos. Que si mi culo, que si el cerebro de Gabriel... Entonces nos dijo que nos estaba grabando.
-¿Y era así?
-Sí. Volvimos la cabeza y vimos que tenía el móvil en la mano, apuntándonos con su cámara.
-¿Cuál fue vuestra reacción?
-Continuar caminando. Estábamos ya cerca de la calle.
-Pero no se contentó con grabaros -apuntó Vanessa.
-No. Se acercó a Gabriel, lo empujó y cayó al suelo de bruces. Lo pilló de improviso.
-¿Por qué lo hizo?
-Dijo que cuando él hablaba teníamos que escucharlo.
-¿Se levantó Gabriel?
-No, no pudo. Eric se sentó encima de él.
-¿Sentado?
-Sí.
-¿Pedisteis ayuda?
-¿A quién? -Isaac levantó la cabeza y hundió en Vanessa una mirada acerada-. Si nadie te hace caso cuando algo así sucede en el patio, ¿por qué iba a ser diferente en un descampado?
-¿Ayudaste a Gabriel? -habló Carlos.
Isaac bajó la cabeza de nuevo.
-Eric me dijo que si me acercaba o me metía, yo sería el siguiente. Gabriel me pidió que no me moviera.
-¿Les hiciste caso?
-Pensé en coger una piedra...
Pareció a punto de ponerse a llorar.
Era una humillación para ellos, para los dos. Y, sin embargo, no había otro camino.
La verdad.
Llegar hasta ella costase lo que costase.
¿Era eso la justicia?
-Tranquilo, Isaac -dijo Carlos.
-Ya.
-¿Qué le hizo Eric a Gabriel? -Vanessa fue a tumba abierta, decidida a terminar con aquello cuanto antes.
La respuesta tardó unos segundos en producirse.
Isaac volvió a conectar con los ojos de su amigo.
-Con una mano le... le empotró la cara en la tierra. Estaba húmeda, había barro, así que le dijo que se lo comiera. Con la otra lo grabó. Rio diciendo que seguramente el barro parecería mierda en la película.
-¿Cuánto duró eso?
-No lo sé. Mucho. Un segundo así siempre te parece una hora. Gabriel se debatía, pero Eric lo aplastaba con el cuerpo y con la mano. Estando boca abajo era complicado librarse. Yo temí que lo ahogara.
-¿Seguías quieto?
-Estaba paralizado -dijo Eric Padilla.
-¡Cállate! -le recriminó Carlos Doménech.
Los dos chicos se miraron con animadversión.
Cuentas pendientes. Sólo eso.
-Continúa, Isaac -lo invitó a concluir Vanessa.
-Ya no hubo más -fue cansinamente taxativo-. Después de grabar a Gabriel se guardó el móvil, se levantó y se marchó. Gritó que iba a ser famoso, y eso fue todo.
-¿Famoso?
-Durante el día se dedicó a enseñar la grabación a los demás -Isaac barrió con otra mirada, ésta acusadora, a algunos de los chicos y chicas que formaban parte del público-. Podíamos escuchar sus risas -el tono de voz rozó un lastimoso dolor-. Cuantas más carcajadas, más...
Ni Vanessa ni Cristina ni Carlos le pidieron que concluyera la frase o prolongara sus explicaciones.
El clímax era muy tenso.
Aun así, quedaba una última pregunta.
-¿Qué dijo Gabriel cuando vio y escuchó eso?
Isaac apretó las mandíbulas.
-Nada.
-¿Nada?
-¡No, no dijo nada! ¿Qué querías que dijese? -se les enfrentó por primera vez, sacando fuerzas de flaqueza.
La voz de Gabriel Durán quebró el leve silencio.
-Dije que me gustaría romperle el maldito móvil en las narices -anunció despacio.
-Muy valiente -se burló Eric sin dignarse a mirarlo-, aunque no tuvieses lo que hay que tener para rompérmelo en las narices y lo hicieses a traición; muy de tu estilo, cagón de mierda.
No pudieron evitarlo. Fue inesperado.
Quizá la tensión ya era extrema.
Y la paciencia había llegado al límite.
Gabriel se le echó encima.
Primero el golpe, impactando en el rostro de Eric. A continuación, el choque del cuerpo de Gabriel contra el suyo, pillándole de improviso y haciéndole caer de lado. En tercer lugar, el grito, desaforado, desgarrado y profundo.
-¡Yo no lo hice! ¡No lo hice! ¡Pero ojalá hubiera sido yo, cabrón, cabrón, cabrón!
La Sala de conflictos se convirtió en un pandemónium.

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