NUEVE

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No estaba previsto un descanso al término de la primera hora, sólo de 11 a 11.30. Sin embargo, la ausencia de Eric Padilla, que había tenido que acudir al lavabo para comprobar el estado de su rostro y las posibles magulladuras de su cuerpo tras la caída, los mantenía ahora en un breve impasse, una burbuja espacial por la que se movían bajo el peso de aquella nueva tensión.
Nadie había esperado que la violencia hiciese acto de aparición en la Sala de conflictos.
Nunca se había producido nada parecido.
La mayoría de los asistentes se mantenían sentados. Unos pocos hablaban de pie, en voz baja. Los cuchicheos flotaban a modo de rezo, por encima de sus cabezas. La imagen más solitaria la proporcionaba Gabriel Durán, en su silla, con la cabeza hundida entre las manos.
Vanessa, Cristina y Carlos, también de pie, en el ángulo formado por las paredes y presidido por los ventanales, contemplaron la escena.
-¿Por qué hemos de averiguar si Gabriel lo hizo o no? -rezongó Cristina-. ¡A quien deberíamos meter en el paredón es a ese descerebrado!
-Lo está haciendo él mismo -repuso Carlos mientras examinaba sus manos-. Paredón y pelotón de fusilamiento. Todo junto.
Había sido el más activo en la separación de los dos contendientes al convertirse también en el primero en llegar hasta ellos por tenerlos de cara, a un par de metros de distancia.
-¡Yo también le habría destrozado el móvil a ese mierda si me llega a grabar! -mantuvo su encendido tono Cristina.
-Gabriel sigue negando haberlo hecho y, sinceramente, yo ahora ya lo creo al cien por cien -Vanessa cruzó los brazos por encima del pecho-. Cuando uno pierde la cabeza y los estribos como acaba de hacer, y se enfrenta nada menos que a un Eric Padilla, no suele mentir, grita la verdad.
-¿Así que si queremos resolver este lío, y evitar que Eric mate a Gabriel a la salida del instituto, o mañana, o cuando sea, amén de hacerle pagar el móvil, hemos de dar con el verdadero culpable? -preguntó Cristina con los ojos abiertos como platos.
-Nos queda esta hora y la de después del descanso -arguyó Carlos.
-¡Aunque tuviéramos una semana! ¿Qué podemos hacer? ¿Quienes somos nosotros para conseguir que el culpable se delate o confiese?
-Alguien tuvo que ver algo -manifestó Vanessa.
-¿Lo de interrogar a todos los de la clase uno por uno...?
-Quizá no haya más remedio. De momento seguiremos con el plan que decidimos.
-¿Interrogamos a Gabriel y a Eric? -preguntó Cristina no muy convencida.
-Sí.
-¡Jesús...! -suspiró abatida.
-¿No te quejabas hace unos días de que aquí nunca sucedía nada, que la vida en el instituto era un muermo y que acabaríamos de estudiar sin nada que contar o que hubiera valido la pena? -comentó alegremente Carlos.
-¡Yo no me refería a algo como esto! -protestó Cristina.
-Ya, te referías a algo que les sucediese a otros, y tú de espectadora, sin tener que mojarte, como es el caso.
-Oye, ¿de qué vas?
-De nada.
-¿Te gusta ser protagonista, es eso?
-¡Eh, eh, vale! -se interpuso Vanessa-. No os pongáis nerviosos ahora vosotros. Aceptamos ser los mediadores del caso y ahora hemos de dar la cara, pase lo que pase. Si nos dejamos arrastrar por la tensión, acabaremos tan mal como ellos.
-Lo que está en juego es la credibilidad de la Sala de conflictos -dijo de pronto Carlos, muy serio.
Vanessa y Cristina se quedaron calladas.
-Pues sí que... -musitó la segunda.
-Tiene razón -reconoció la primera-. Nadie volverá a creer en el sistema si nosotros fracasamos.
-No resolver este galimatías no es fracasar -objetó Cristina.
-Tampoco es mantener el prestigio de la Sala.
-O sea que encima está la trascendencia.
-¿Recuerdas por qué nos presentamos para el papel de mediadores cuando empezó el curso? -comentó Vanessa.
-A mí los ideales se me están desvaneciendo -gruñó Cristina-. Y más que presentarnos, nos lo pidieron. Sobre todo a ti.
-¿No te gusta que alguien confíe en ti?
-Me gusta, pero si lo defraudas...
-Es como un examen -dijo Carlos-. Te aplastan los nervios justo hasta que te dan las preguntas y entonces...
-Míralo -señaló Cristina, que volvió a abrir los ojos con sarcasmo-. Si sabes las respuestas, perfecto, pero si no... Te pones a parir.
-Tú sabes siempre las respuestas -continuó él con su toque despreocupado y jovial.
-Oye, ¿qué le pasa a éste? -Cristina se dirigió a Vanessa.
-Le va la marcha -se rio ella superando la tensión.
-Genial.
Al otro lado de las ventanas la mañana seguía siendo espléndida. No se veía un alma en los alrededores del instituto. Una sensación de extrema pereza los envolvía.
Nada que ver con el polvorín en que se había convertido la Sala de conflictos.
-¿Puedo pedirte un favor? -Carlos se dirigió a Vanessa.
-Claro.
-Déjame que sea yo quien interrogue a Eric cuando llegue el momento.
-¿Temes que me acoquine o que me pueda?
-No, sé que tienes lo que hay que tener. Pero... -hizo un gesto ambiguo, doblando los labios hacia dentro-. Yo no le tengo miedo a ése, y él me respeta a mí. Sabe que no puede tocarme porque le pego un viaje que lo deslomo. Diría que estamos... en igualdad de condiciones. Tú no dejas de ser una chica, y sabes que no soy machista -le aclaró rápido-. Estamos aquí los tres por tener carácter, seguramente mucho más que edad. Eric es como un perro rabioso y tú tienes puntos vulnerables.
-¿Yo? ¿Cuáles?
-Puede hacerte daño, y lo sabes. Tal vez hoy no, ni mañana, pero a la larga...
-Ya nos tiene a los tres en el punto de mira -repuso Cristina.
-Si descubrimos quién le rompió el móvil, eso ya no importará, nos estará agradecidos, y aunque me duela ayudar a ese imbécil... es lo que tenemos que intentar.
-Dime de qué puntos vulnerables hablabas -insistió Vanessa.
No llegó a producirse una respuesta. Eric regresaba a la Sala de conflictos. Su paso por los servicios tampoco había sido muy largo. Ni siquiera habían puesto en alerta a los dos profesores de guardia, Teresa Mateos, la de Lengua, y Alfredo Sanjuán, el de Matemáticas. Seguían preservando la Sala de la influencia de los adultos.
Gabriel tensó los músculos cuando Eric se detuvo antes de sentarse en su silla, aunque mantuvo la cabeza baja y los ojos fijos en el suelo. El recién llegado lo miró largamente antes de doblar las rodillas y relajarse. Sus ojos seguían dictando sentencias. Uno de los gemelos Díaz ocupaba ahora una silla colocada entre ambos, como medida de precaución suplementaria.
La vista entraba en su segunda hora.
De hecho eran bastante más de las diez de la mañana.
Y llegaban los interrogatorios decisivos.

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⏰ Última actualización: May 03, 2015 ⏰

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