El aludido se levantó. Estaba sentado en la primera fila de las sillas destinadas a los espectadores y testigos. Era un chico alto y espigado, el mejor amigo de Eric Padilla. Llevaba una camiseta negra con el emblema de un grupo de rock. Se le notó que disfrutaba con aquello porque se tomó su tiempo para alcanzar la silla de los testigos. Al comienzo, éstos declaraban de pie, pero hacía ya tres cursos que se había optado por la fórmula del «todos sentados». Cuestión de comodidad y estilo.
A Vanessa no le gustó su sonrisa de suficiencia. Era un descerebrado, como todos los que seguían a los matones de cada curso.
--¿Puedes contarnos que pasó ayer por la mañana y qué es lo que viste?-- inició el interrogatorio una vez sentado el testigo.
--Eric y yo subíamos del patio, tan campantes. Quería enseñarme algo y, como faltaban todavía un par de minutos para que sonara el timbre, aprovechamos.
--¿Qué iba a enseñarte?
--¿Eso es importante?
--Responde a la pregunta-- dijo Carlos.
--Unas fotos del móvil.
--¿Cuáles?
--No lo sé. No me lo dijo. Y después del estropicio ya no hablamos de ello.
--Está prohibido poner en marcha los móviles en horas de clase-- habló Cristina.
--Por eso subimos rápido-- contestó Salvador.
--¿Qué es lo que viste al entrar en vuestra aula?-- preguntó Vanessa.
--Lo vimos a él-- señaló a Gabriel-- ,agachado, con los restos del teléfono en las manos después de machacarlo a conciencia.
--¿Viste cómo lo rompía?
--No, pero dos y dos son cuatro.
--Pueden ser veintidós-- objetó Carlos--. Dinos exactamente cómo estaba Gabriel Durán.
--Pues...-- Salvador Tomás miró a su amigo Eric-- , ya lo he dicho, agachado.
--¿De rodillas?
--No. Agachado es agachado.
--¿Cómo si acabase de recogerlo del suelo?
--¿Es que aquí nadie puede protestar como en las películas americanas?-- objetó Eric Padilla.
--Estamos viendo posibilidades-- quiso dejar claro Cristina Terribas.
--Ya, pero que el Gabrielito sea un santo y os caiga bien no quiere decir que tengáis que estar de su parte, ¿vale? Aquí se juzga lo de mi teléfono.
--Aquí no juzgamos a nadie-- objetó Carlos Doménech--. Tratamos de saber la verdad, nada más.
--Y no tenemos ni abogados defensores ni fiscales-- asintió Vanessa--. Por eso hemos de hacerlo todo nosotros. Si no confías en lo que hacemos, retira la acusación, y punto.
El chico masculló algo entre dientes. Una imprecación o un insulto. Nadie le escuchó. Se arrellanó en la silla, cabalgó la pierna derecha sobre la izquierda y se cruzó de brazos como demostrando una infinita paciencia. Los ojos de los asistentes volvieron a depositarse en Salvador Tomás.
--Gabriel Durán tenía el móvil destrozado en las manos-- retomó Vanessa el interrogatorio donde lo había dejado-- . ¿Cuál fue su reacción al veros a los dos?
--¿Cuál quieres que fuese? Jo, se cagó en los pantalones.
--Salvador...
--Es la verdad-- miró a los asistentes, que habían levantado el eco de sus risas ahogadas-- . Se dió cuenta de que no estaba solo, movió la cabeza, nos vio y entonces se puso a parir.
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Sala de conflictos
Fiksi RemajaTreinta alumnos asisten a una sesión en la Sala de conflictos de su instituto. Tres de ellos componen el «tribunal» que media en el enfrentamiento entre dos muchachos por un teléfono móvil hecho añicos. Sin la participación de adultos, el grupo de j...