— Estás preciosa, Adine.— me dijo Zacharia nada más abrí la puerta. Me cogió de la mano para darme una vuelta. Puse los ojos en blanco y me reí.— Venga, que se nos hace tarde.— dije, señalando su coche.
Si hubiese tenido un poco más de tiempo (o si me hubiese acordado para empezar), a lo mejor me hubiese dado tiempo a terminar el vestido en el que estaba trabajando para estrenarlo hoy. Al final me acabé poniendo uno de los vestidos que estaban enterrados en mi armario, porque hacía mucho que no iba a fiestas. Era simple, de color rojo vino, que quedaba un poco más apretado a mi cuerpo de lo que me esperaba (quizá había ganado caderas de más con los años), pero que de largo llegaba hasta abajo.
Cuando llegamos a la azotea en la que se celebraba la fiesta lo primero que me llamó la atención fueron los aperitivos, porque tenía hambre. Y segundo, la cantidad de esmóquines negros que veía. Al fondo había un escenario en el que en ese momento tocaba una banda de música clásica.
Zacharia encontró a su hermano Karim casi al instante, que me saludo con una sonrisa cariñosa y me repitió lo que su hermano me había dicho nada más verme. Se lo agradecí con una sonrisa y le comenté lo bien que se veía todo ahí.
— Carla se lo ha currado muchísimo.— dijo mirando alrededor.
— Me ha contado Zacharia que es una fiesta de despedida.
— Si.— suspiró.— Se cambia de nuestra empresa a otra.— su tono me hizo entender que no le gustaba la idea.
— ¿Qué empresa?.— preguntó Zacharia pero parecía que le hacía gracia la situación de su hermano. Sonreí divertida.
Acepté la bebida que uno de los camareros nos ofrecía en ese momento, preguntándome qué era. En realidad no me importó mucho porque estaba sedienta.
— Seguro que la conoces. Se cambia a Tiersen.
Me atraganté con mi bebida al oír su eso. Zacharia, preocupado, me empezó a dar golpecitos en la espalda. Su hermano me miró confundido, hasta que algo iluminó sus ojos.
— ¡Anda, mira! Si es Carla.— saludó a alguien que se acercaba.
Cuando levante la vista, me encontré con una mujer rubia con el pelo recogido, alta, que llevaba un vestido elegante blanco que le llegaba por encima de las rodillas. Una mujer, hay que admitir, preciosa.
Y a su lado, me encontré con la mirada de Nasser.
Nasser
Por alguna razón esa chica, Adine, había pasado por mi mente unas cuantas veces en la semana pasada. Empezando por nuestro pequeño intercambio en la playa, y el hecho de que es la dueña de la cafetería que le estaba quitando el sueño a mi padre, me moría de la curiosidad.
Ella no apartaba la mirada de mí en ese momento, en la fiesta de mi mejor amiga en la que por alguna razón se encontraba. Parecía desconcertada, probablemente preguntándose por qué de repente nos veíamos en todos lados. No la culpaba.
Después de irme de la cafetería, reflexioné sobre el tema toda la tarde. Para empezar, me parecía extraño que estuviese tan decisiva a no perder esa cafetería para rechazar las ofertas de mi padre, que probablemente (como mínimo) cuadriplicaban el valor de ese terreno. ¿Que tenía de especial ese lugar?
Debía haber alguna manera de hacer que aceptase, estaba convencido. Lo único es que aún no había pensando cómo.
Carla me miraba fijamente.
– ¿Por favor?.– preguntó haciendo un puchero.
– Por favor, ¿qué?.– conteste confundido. Me había perdido parte de la conversación.
Carla rodó los ojos.
– No sé que te pasa hoy, de verdad.– negó con la cabeza divertida.– Te preguntaba que si podías por favor confirmarle a la banda que se queden hasta después de la charla. Lo haría yo pero necesito que mi madre pare de beber antes de que haga algo de lo que todos nos arrepintamos.— dijo señalándola.
Me reí al ver a su madre un poquito más animada de lo normal hablando con una pareja que la miraba divertida.
— Ya voy.– dije y me dirigí al escenario.
Hablé con el líder de la banda por unos minutos, asegurándole que la prolongación de su trabajo iba a ser bien pagada, cuando me di cuenta de que detrás del escenario, apoyada en la barandilla en la que terminaba esa azotea, se encontraba Adine. Hablaba por teléfono, y parecía que estaba molesta con quien fuera con quien estuviese hablando.
Me acerqué evitando que me viera, hasta que conseguí escuchar algo de la conversación.
— No tienes derecho de andar rebuscando en mis cosas... ¿Cuantas veces te lo tengo que decir? Es mi decisión... Podemos hablar de esto mañana... Vale, pues hasta que vuelvas... No, no estoy evitando la conversación. Estoy literalmente en una fiesta.— seguidamente se despidió, colgó con un bufido y miró el teléfono con el ceño fruncido.
En vez de volver a la fiesta, se quedó en su sitio, mirando hacia abajo. Hice lo mismo, dejando separación entre nosotros. Debía estar tan sumida en sus pensamientos que no se dio cuenta de mi presencia.
— Yo que tú no me intentaría suicidar desde aquí.
Mi voz la sacó del trance en el que estaba. Me miró sorprendida, luego volvió la vista hacia la calle. Se quedó en silencio, parecía molesta.
— Lo digo porque aunque estemos a bastante altura, puede que sólo consigas romperte los huesos.
— No me voy a suicidar.— dijo, tajante, aún sin apartar la vista de la ajetreada calle.— Aunque ganas no faltan.— murmuró, casi inaudible. Pero la oí.
— Además, sería una pena suicidarte con ese vestido.— susurré. Me miró entrecerrando los ojos, y le sostuve la mirada.— Te queda demasiado bien.
Y era la verdad; demasiado bien, demasiado para poder mirar a otra parte que no fuesen la curvas que le marcaba.
Apartó la mirada, y soltó una pequeña risa.
— No te cortas.— me dijo.
Sonreí de lado. Volví a dirigir la vista hacia abajo. El centro de la ciudad nunca dormía; eran casi las doce de la noche pero la gente seguía paseando y los coches no descansaban. Me di cuenta de la manera en la que Adine movía los dedos nerviosamente en la barandilla. Tuve ganas de poner mi mano sobre la de ella, para hacerla parar.
— ¿Te apetece ir a la playa?
Me miró divertida, expectante. Me quedé en silencio esperando su respuesta.
— Estás de broma, ¿no?.— preguntó cuando no dije nada.
— No.— contesté seriamente.— Vamos a la playa.
Volvió a mirar hacia abajo. Luego se dio la vuelta, y buscó con la mirada al chico con el que vino, el del pelo largo de la cafetería. En ese momento se encontraba hablando (muy pegado) a una chica pelirroja.
Adine asintió con la cabeza lentamente. Me miró.
— Vamos a la playa.
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Souls: Me da miedo perderte
RomanceEn el lado costero de la ciudad, Adine vive atrapada en la nostalgia de todo lo que una vez fue su padre. Se ocupa de la cafetería que le dejó al morir dejando a un lado su futuro en el diseño de moda, a pesar de la desaprobación de su madre. Todo l...