Capítulo 1

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Adine

Siempre conseguía sorprenderme la rapidez con la que el mar calmaba mi mente. Quizás se debía a la costumbre de ir a la costa cada vez que me abrumaran mis pensamientos. En esa ocasión, me encontraba sentada encima de la valla que separaba el paseo marítimo del comienzo de la arena de la playa. Para mí, es ahí donde empieza esta historia.

Había discutido con mi madre, de nuevo. Me la podía imaginar en ese mismo momento limpiando compulsivamente la cocina por enésima vez esa tarde, repasando nuestra discusión una y otra vez en su cabeza, puede que intentando encontrar la manera de ganar a la próxima. No me acostumbraba a tenerla en casa, a verla todos los días.

Para hacer una historia larga y complicada más simple, mi madre había estado ausente en la mayor parte de mi vida. Nunca estaba en casa porque solía trabajar en el extranjero, de país en país, en exportaciones e importaciones de mercancía. Crecí de la mano de mi padre, en esa ciudad costera en la que decidió asentarse alguna vez y emprender el sueño que tuvo desde pequeño de tener una cafetería.

Un día de abril en el que en el cielo se mezclaban los tonos de gris más tristes y la brisa del mar se sentía más fría de lo habitual, mi padre falleció. Desde ese momento, la cafetería era el lugar más cálido que encontraba en esa ciudad. Y al acabar el bachillerato, me dediqué por completo a ella. A mi madre, que volvió a casa con la muerte de mi padre, le disgustaba la idea de que no fuera a la universidad — he de ahí las discusiones.

Ya no quedaba nadie en la playa excepto una pareja caminando cerca de la orilla, pero podía oír el ajetreo de la ciudad que solía traer consigo la noche de verano. Era viernes, lo que indicaba que dentro de nada el paseo se llenaría de jóvenes con ganas de fiesta y emborracharse en algún club o discoteca de la zona. Hora de volver a casa.

Un poquito más, pensé mientras observaba cómo empezaban y terminaban las olas en la orilla. Pero el poquito más tuvo que alargarse más de lo debido, porque sentí que alguien se sentaba a mi lado. Me giré para encontrarme con un chico, que me devolvió la mirada.

— ¿Te puedo ayudar en algo?— le pregunté.

Llegué a captar cómo sonreía de lado antes de que apartase la mirada para ver al frente.

— Nada en lo que me puedas ayudar. Pero quizás te podría ayudar yo a ti.— la seriedad en su voz me chirrió con la tontería que me acababa de decir.

Me dispuse a levantarme de la valla para irme, cuando volvió a hablar.

— No deberías estar sola aquí, a estas horas.— movió la cabeza para señalar a un grupo de borrachos riéndose excesivamente alto. Uno de ellos, tenía la mirada en mi y al notar que yo le miraba, me sonrió de una manera asquerosa.

Fruncí el ceño. Me volví a girar para mirar al chico, que ahora estaba situado al otro lado de la valla, hacia el lado de la arena.

— ¿Crees que puedes llegar sola a casa? — su mirada se movió del borracho a mi. Sus ojos brillaban pero no conseguía distinguir de qué color eran.— Si no, te acompaño.

La seriedad con la que lo dijo me dio la seguridad de que no tenía segundas intenciones. Gestos como el suyo me hacían creer en la humanidad, pero me dio la impresión de que el chico tenía algo hacer o de que tenía que reunirse con alguien. No quería ser un peso para él.

— Mhm... No creo que sea necesario. Pero, muchas gracias.— le sonreí, él se limitó a asentir y a darse la vuelta para caminar en dirección contraria.

Me giré y encontré que el borracho no sólo seguía mirándome sino que ahora se dirigía a mi. Me volví, salté la valla, y corrí hacia el chico.

— Pensándolo mejor, quizás podría caminar contigo hasta perder de vista a ese imbécil.— señalé hacia atrás.

El chico volvió a encogerse de hombros, aceptando el favor que le pedía.

— ¿Cómo te llamas?.— me preguntó. Incluso con la cercanía en la que veía sus ojos en ese momento, no conseguía captar su color.

— Adine.— respondí.

— Tengo curiosidad, Adine.— sonreí por inercia cuando oí la manera en la que dijo mi nombre. Me gustó la voz del chico. Era cálida, suave, pero a la vez intimidante y segura.— ¿Qué es lo que te trae por aquí, un viernes a medianoche? Sin ofender, pero no parece que vayas a irte de fiesta con amigos.

Baje la vista a lo que llevaba puesto; unos vaqueros y una camisa blanca. No iba de fiesta, pero tampoco podías sacar esa conclusión por la ropa que llevaba. Creo.

— Ofendiendo,— bromeé.— ¿por qué lo dices?

— Por tu mirada.— le miré, invitandole a que se explicase.— Por tu mirada parece que te pesa algo, que vienes aqui para pensar una solución a tus problemas o a despejarte. Por tu mirada pareces inmensamente triste.— me quedé en silencio, mirando al suelo.— Y tengo curiosidad, ¿qué es lo que te entristece tanto?

No me esperé nada de lo que dijo. Siempre había tenido la noción de que sabía esconder mi tristeza para el resto del mundo, de que nadie sabía cuándo estaba rota por dentro. Pero entonces, ¿cómo pudo acertar tanto si no me conocía?.

Seguimos andando en silencio por un minuto, o dos. Pilló la indirecta, no iba a responderle a eso. Asi que cambié de tema.

— ¿De qué color son tus ojos?

Se rió ligeramente por mi repentina pregunta.

— Diría que verdes, ¿por qué?

— Curiosidad.— repetí sus palabras. Me giré para comprobar que el grupo de borrachos se había ido, y con él, el acosador. Después me volví a él de nuevo y me encontré con su mirada.— ¿Y tu nombre?

Su voz se ahogó en el ruido de la gente que pasaba por nuestro lado en ese momento, pero conseguí oírlo. Nasser.

— Gracias por esto, Nasser.— paré de andar.— Me voy a casa antes de que vuelva. — dije refiriéndome al borracho. Asintió con la cabeza, se despidió con un gesto de mano y se dio la vuelta para seguir con su camino. Me quedé un segundo quieta en mi sitio, asombrada por la manera en la que ese chico podía ser cálido y frío al mismo tiempo.

Nasser, repetí en mi cabeza. Y por alguna razón, quise volver a verle.

Souls: Me da miedo perderteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora