III

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El hombre que no creía en el amor

Quiero contarte una vieja historia sobre un hombre que no creía en el amor. Setrataba de una persona normal, como tú y como yo, pero lo que lo hacía especial era sumanera de pensar: estaba convencido de que el amor no existía. Había acumuladomucha experiencia en su intento de encontrar el amor, por supuesto, y observado a lagente que tenía a su alrededor. Se había pasado buena parte de su vida intentandoencontrar el amor y había acabado por descubrir que el amor no existía.

Dondequiera que fuese solía explicarle a la gente que el amor no era otra cosa queuna invención de los poetas, una invención de las religiones que intentaban, de estemodo, manipular la débil mente de los seres humanos para controlarlos y convertirlosen creyentes. Decía que el amor no era real y que, por esa razón, ningún ser humano loencontraría jamás aun cuando lo buscase. 

Este hombre tenía una gran inteligencia y resultaba muy convincente. Había leídomuchos libros, estudiado en las mejores universidades y se había convertido en unerudito respetado. Era capaz, en cualquier parte y ante cualquier audiencia, de defendercon contundencia su razonamiento. Lo que decía era que el amor es como una especiede droga; te exalta, pero a su vez crea una fuerte dependencia, por lo que es posibleconvertirse en un gran adicto a él. Y ¿qué ocurre entonces cuando no recibes tu dosisdiaria, dosis que necesitas al igual que un drogadicto? 

Este hombre tenía una gran inteligencia y resultaba muy convincente. Había leídomuchos libros, estudiado en las mejores universidades y se había convertido en unerudito respetado. Era capaz, en cualquier parte y ante cualquier audiencia, de defendercon contundencia su razonamiento. Lo que decía era que el amor es como una especiede droga; te exalta, pero a su vez crea una fuerte dependencia, por lo que es posibleconvertirse en un gran adicto a él. Y ¿qué ocurre entonces cuando no recibes tu dosisdiaria, dosis que necesitas al igual que un drogadicto? 

El adicto a las drogas, el que tiene más necesidad, vive con un miedo constante,temeroso de que, quizá, no sea capaz de conseguir su próxima dosis de amor, o dedroga. El adicto a las drogas piensa: «¿Qué voy a hacer si ella me deja?». Ese miedo loconvierte en un ser muy posesivo. «¡Eso es mío!» Se vuelve celoso y exigente porqueteme no conseguir su próxima dosis. Por su parte, el suministrador puede controlar ymanipular a la persona que necesita la droga dándole más dosis, menos o retirándoselasdel todo. La persona que tiene más necesidad acabará por rendirse completamente yhará todo lo que pueda para no verse abandonada. 

De este modo, el hombre continuó explicando a la gente por qué no existía elamor. «Lo que los seres humanos llaman "amor" no es otra cosa que una relación demiedo que se fundamenta en el control. ¿Dónde está el respeto? ¿Dónde está el amorque aseguran tenerse? No hay amor. Las parejas jóvenes se hacen un sinfín depromesas mutuas delante del representante de Dios, de sus familias y de sus amigos:vivir juntos para siempre, amarse y respetarse, estar junto al otro en lo bueno y en lomalo. Prometen amarse y honrarse y mucho más. Pero, una vez casados -pasada unasemana, un mes o unos cuantos meses-, ya se puede ver que no mantienen ninguna deesas promesas.

«Lo que hay es una guerra de control para ver quién manipulará a quién. ¿Quiénserá el suministrador y quién tendrá la adicción? Unos meses más tarde descubrirás queel respeto que juraron tenerse mutuamente se ha desvanecido. Descubrirás elresentimiento, el veneno emocional, y verás cómo, poco a poco, empezarán a herirse eluno al otro, una situación que crecerá y crecerá hasta que lleguen a tener miedo dequedarse solos, hasta que lleguen a temer las opiniones y los juicios de los demás ytambién sus propios juicios y opiniones. Pero ¿dónde está el amor?»

Solía afirmar que había visto a muchas parejas mayores que habían compartido suvida durante treinta, cuarenta o cincuenta años y que se sentían muy orgullosas dehaber vivido unidas todos esos años. No obstante, cuando hablaban de su relación, loque decían era: «Hemos sobrevivido al matrimonio». Eso significa que uno de ellos serindió ante el otro; en un momento determinado ella renunció y decidió soportar elsufrimiento. El que tenía mayor empeño y menor necesidad de los dos ganó la guerra,pero ¿dónde está la llama que denominan amor? Se tratan el uno al otro como si fuesenuna posesión: «Ella es mía». «Él es mío.» 

la maestria del amor de Dr. Miguel RuizWhere stories live. Discover now