Idilio VI - Los Cantores Bucólicos

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Dametas y Dafnis el vaquero a un mismo lugar llevaron, Arato, un día el rebaño. A uno le enrubiaba la cara el primer vello, tenía el otro la barba a medio poblar. Sentados ambos a la vera de una fuente un mediodía de verano, cantaban así. Comenzó Dafnis, porque él había sido el primero en proponer el certamen.

DAFNIS. – Arroja Galatea manzanas a tu ganado, Polifemo, te llama desamorado, te tilda de cabrero. Y tú, desdichado, desdichado, no la miras; sigues sentado arrancando dulces sones a tu siringa. Vuelve otra vez, mira, alcanza ahora a la perra que te sigue guardando el ganado. Ladra ésta mirando hacia el mar, y las hermosas hondas la reflejan mientras corre por la playa, que con blando murmullo resuena. Cuida de que no se lance sobre las piernas de la joven si del agua sale, no vaya a desgarrar su linda piel. Incluso desde allá coquetea ella contigo. Cual villano de cardo cuando calienta el espléndido verano, huye de quien la quiere, y al que no la quiere persigue con todos sus recursos. y es que muchas veces, Polifemo, lo que no es bello al amor parece bello.

Preludió luego Dametas y así empezó a cantar:

DAMETAS. – La he visto, por Pan, cuando tiraba manzanas al ganado, que no se me ocultó, no, por este querido único ojo mío, con el que ojalá vea hasta el fin de mis días (¡y así el adivino Télemo, que me ha profetizado desgracia, se lleve la desgracia a su morada y para sus hijos la guarde!); pero por zaherirla ya no me vuelvo a mirar, y digo que tengo otra mujer. Ella, al oírme, se pone celosa, ¡oh Peán!, y se consume atormentada mientras espía a la perra para que le ladre, pues cuando yo cortejaba a Galatea, gañía con el hocico puesto en su regazo. Cuando me vea hacer esto muchas veces, seguramente me enviará un mensajero, mas yo atrancaré mi puerta hasta que ella jure con sus propias manos me ha de preparar en esta isla hermoso lecho. Al fin y al cabo, no soy tan feo como dicen, que el otro día, cuando había bonanza, miréme en el mar, y mi barba y mi única pupila, a mi juicio, lucía hermosas, y el agua reflejaba el brillo de mis dientes más blanco que el mármol de Paros. Para no quedar fascinado, por tres veces escupí en mi seno, pues eso me enseñó la vieja Cotítaris.

Así cantó Dametas, y después besó a Dafnis. A éste dio aquél una siringa, y a aquél éste una hermosa flauta. Tocaba la flauta Dametas, hacía Dafnis el vaquero sonar su siringa y, en seguida, pusiéronse a brincar en el blando césped las terneras. Ninguno de los dos obtuvo la victoria, ambos invencibles fueron. 

Bucólicos Guerreros - Teócrito de SiracusaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora