Idilio II - La Hechicera

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¿Dónde están mis ramos de laurel? Tráelos, Testílide. ¿Dónde están los hechizos de amos? Corona el vaso de fina lana carmesí, que he de encadenar al desdeñoso hombre que yo quiero con vínculos mágicos. Once días ha que ni me visita, el muy cruel; ni siquiera le importa si estoy viva o estoy muerta. No, el ingrato no ha llamado a mi puerta. Cierto, a otra parte Amor y Afrodita han llevado su corazón voluble. Iré mañana a la palestra de Timageto para verlo y reprocharle cómo me atormenta; pero ahora deseo apresarlo con mis hechizos. Luce, Luna brillantes: a ti, muy quedo, entonaré mis encantamientos, diosa, y a Hécate infernal, que hasta a los perros estremece cuando pasa entre los túmulos de los muertos y la obscura sangre. Salve, Hécate horrenda, asísteme hasta el fin en la preparación de estos bebedizos para que tengan la virtud de los de Circe, Medea y la rubia Perimede.

Rueda mágica, trae tú a mi hombre a casa.

Primero se quema en el fuego harina de cebada. Anda, Testílide, espárcela. ¿Dónde tienes la cabeza, estúpida? A ver si hasta tú, desgraciada, vas a reírte de mí. Espárcela y ve diciendo: «los huesos de Delfis esparzo».

Rueda mágica, trae tú a mi hombre a casa.

Delfis me ha causado una pena, y yo por Delfis laurel quemo: como el laurel crepita vivamente en el fuego y se consume de repente sin que ni siquiera veamos su ceniza, así la carne de Delfis se deshaga en la llama.

Rueda mágica, trae tú a mi hombre a casa.

Ahora voy a quemar el salvado. Tú, Ártemis, puede quebrantar el durísimo metal de las puertas del Hades y vencer toda resistencia... ¡Testílide! Escucha, las perras aúllan en la ciudad. Ya está la diosa en las encrucijadas. Haz enseguida resonar el bronce.

Rueda mágica, trae tú a mi hombre a casa.

Mira, calla el mar, callan los vientos; pero dentro del pecho no calla mi pena: toda me abraso por ese hombre, que ha hecho de mí, ¡desgraciada!, en vez de esposa una mujer infeliz y deshonrada.

Rueda mágica, trae tú a mi hombre a casa.

Como esta cera con ayuda de la diosa yo derrito, así de amor se derrita Delfis de Mindo; y como gira este rombo de bronce por obra de Afrodita, así gire él a mi puerta.

Rueda mágica, trae tú a mi hombre a casa.

Por tres veces hago la libación y por tres veces, Augusta, digo esto: ora si con él duerme mujer, ora si duerme hombre, que tanto olvido embargue a Delfis como cuentan que, en Día, Teseo olvidó a Ariadna, de hermosa cabellera.

Rueda mágica, trae tú a mi hombre a casa.

Hay en Arcadia una planta, la hipómanes, por la que enloquecen en los montes todas las potrancas, todas las raudas yeguas; así pueda yo ver también a Delfis, y venga a esta casa como enloquecido, dejando la lustrosa palestra.

Rueda mágica, trae tú a mi hombre a casa.

De su manto ha perdido Delfis esta fimbria, que yo ahora echo desmenuzada al voraz fuego. ¡Ay! Amor cruel, ¿por qué, pegado a mí cual sanguijuela de pantano, me has chupado toda la obscura sangre?

Rueda mágica, trae tú a mi hombre a casa.

Un lagarto he de machacar mañana, y le llevaré una maligna pócima. Ahora, Testílide, toma tú estas hierbas mágicas y estrújalas en secreto sobre el umbral de su casa mientras aún es de noche, y murmura entretanto: «los huesos de Delfis estrujo».

Bucólicos Guerreros - Teócrito de SiracusaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora