Idilio III - El Cortejo

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Voy a cortejar a Amarilis. Mis cabras pacen en el monte y Títiro las guarda. Títiro, mi buen amigo, apacienta las cabras y llévalas a la fuente. Cuidado con el macho, con el libio rucio, que no te cornee. (Cambia la escena).

Encantadora Amarilis, ¿por qué no te asomas ya a tu gruta y me llamas a mí, a tu enamorado? ¿Será que me odias? ¿Será, sí, que, bien mirado, me encuentras, niña mía, chato y barbilludo? Vas a hacer que me ahorque. Mira, te traigo diez manzanas. Las he cogido justo de donde tú me mandabas cogerlas, y mañana te traeré más. Vamos, mira. La pena me desgarra el corazón. ¡Ojalá fuera esa zumbadora abeja y entrara en tu gruta por entre la hiedra y el helecho que te oculta!

Ahora conozco a Amor, dios terrible, de leona fue el pecho que mamó y en agrete bosque lo crió su madre. Él me quema poco a poco y me hiere hasta la médula de los huesos.

Muchacha de hermoso mirar, toda piedra, la de obscuras cejas, ven a abrazarme a mí, al cabrero, para que te bese, que también en los simples besos hay suave deleite.

Harás que presto rompa en añicos la corona de hiedra que yo, Amarilis querida, guardo para ti: la he tejido con rodas y con fragante apio.

¡Ay! ¿Qué va a ser de mí? ¡Ay, desgraciado! No me haces caso. Me quitaré la pellizca y me tiraré al mar desde allí, desde donde Olpis el pescador, otea los atunes; si me mato, esa satisfacción tendrás al menos.

Supe la verdad el otro día, cuando pensaba si me querías, y la palmada no hizo adherirse el pétalo de la nomeolvides, sino que se arrugó de mala manera en la lisa superficie de mi brazo.

También tenía razón Agreo, la adivina del cedazo, que el otro día iba junto a mí cogiendo hierba, al decirme que yo me había volcado por entero en ti, pero que tú no me haces ningún caso.

Para ti guardo una cabra blanca, madre de dos crías, que la criada de Mermnón, la morena, me anda pidiendo. Y a ella he de dársela, porque tú eres tan desdeñosa conmigo.

(Aparte). Me palpita el ojo derecho, ¿voy a verla? Me apoyaré aquí, en este pino, y cantaré. Quizás me dirija la mirada, que no está hecha de acero.

(Canta). Hipomenes, cuando quiso desposar a la doncella, tomó manzanas en sus manos y terminó la carrera; Atalanta, en cuanto las vio, quedó fuera de sí y cayó en profundo amor. También el adivino Melampo desde Otris llevó el rabaño a Pilos, y ella, la encantadora madre de la prudente Alfesibea, descansó en los brazos de Biante. ¿No llevó Adonis, que en el monte apacentaba su ganado, a la hermosa diosa de Citera a frenesí tan extremo, que ni aun muerto él lo apartaba ella de su pecho? Envidia me da Endimión, duerme un sueño sin retorno; envidio, amada mía, a Jasión, quien tanto obtuvo, que vosotros, profanos, no lo podéis saber.

Me duele la cabeza, pero a ti no te importa. No canto ya. Caeré y yaceréen el suelo, y aquí me comerán los lobos. ¡Qué ello te sea tan dulce cual lamiel en la garganta!

Bucólicos Guerreros - Teócrito de SiracusaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora