13 - Cara de póquer

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Esa noche, Luisita se encontró con un dilema. Se había duchado y estaba de pie frente a su armario mirando su guardarropa. 


Cualquier otra noche, ella se hubiera puesto una sudadera y jeans. Después de todo, iba a estar asando pollo. 


Pero en esta noche en particular, nada de lo que encontró serviría, estaba dispuesta a deshacerse del descontento con su vestuario como cuando sufría de PMS y no estaba contenta con nada de lo que tenía, pero el momento no era el correcto; y eso la dejó con una sola conclusión lógica que Luisita no quería admitir, ni siquiera a sí misma. Amelia.


Con una toalla envuelta alrededor de su cuerpo, Luisita se hundió en los pies de su cama. Independientemente de los planes que había hecho para mantener su vida en orden, los sentimientos venían; los pensamientos de Amelia invadirían su mente en el trabajo, y ella los rechazaría, solo para que regresaran más tarde cuando no se obligara a concentrarse.


Quería saber más sobre Amelia. ¿Qué la hacía feliz y triste, sus vicios? ¿Qué tipo de música le gustaba? Pero lo que más ansiaba era la sensación que la invadía cuando Amelia la miraba como si fuera la cosa más increíble que jamás había visto.


− Es un enamoramiento de colegiala, nada más. − Luisita pensó al admitirlo en voz alta, las palabras tendrían un impacto más significativo. 


No lo hicieron. Amelia era la única otra lesbiana que había conocido, excepto la chica con la que iba a la escuela secundaria, y no podía recordar su nombre. La simple verdad era que Amelia era la única lesbiana por millas. Y Luisita era como alguien que había quedado varado en una isla desierta. Cualquier ser humano se vería bien después de estar solo durante tantos años.


− Eso es todo, − dijo en voz alta de nuevo. − Solo estoy saltando sobre ella como lo haría una persona que haría dieta a un perro caliente. 


Se levantó, tomó la primera sudadera y se la estaba poniendo sobre la cabeza cuando decidió que se veía mejor en rojo que en gris.




****




Luisita dejó a Manolita adentro para escuchar a Amelia mientras ella se quedaba cerca de la parrilla en el porche trasero. 


La rubia no quería parecer demasiado ansiosa, y Luna no estaba disponible para jugar al portero; cuanto más lo pensaba, más tonta se sentía, estaba casi tan enojada con Amelia como con ella misma cuando se abrió la puerta trasera, y se enfrentó a una sonrisa que la hizo estremecerse hasta los dedos de los pies.


− ¿Cómo te mantienes tan delgada comiendo así cada noche? − Amelia señaló la parrilla. − Ya he ganado dos libras.


− Alimentos para caballos, supongo. 


Luisita miró el pollo para ocultar su sonrojo ante el cumplido de Amelia.


− ¿Comes...comida de caballo?

Luimelia en - El Secreto de Sta. ClaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora