Capítulo 4: Reencuentro

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Los gruñidos y chillidos de los mutantes se escuchaban cada vez más cerca al igual que la oscuridad que emanaba en el reino se estaba haciendo visible poco a poco. La mente de Henzo solo estaba pensando en una cosa: Laín. No se podría perdonar a él mismo si algo le pasaba.

Se bajó de su caballo nada más llegar y lo dejó atado en un lugar seguro. Sacó sus dos hachas, armas con las que lucharía con los monstruos hostiles. Tenía la esperanza de encontrar a Laín pues él era fuerte, pero no era fuerte en contra del aura.

— Bien, encontrarlo y salir de aquí.

Henzo suspiró y comenzó a correr en busca de su rey, escuchando cerca suya a más de un monstruo que no tardó en encontrarse. Con suerte, pudo acabar con ellos sin dificultad y volvió a correr, evitando encontrarse con algunos de ellos.

— ¡Señor! ¿¡Dónde estás!? ¡Laín! - el caballero buscaba por todos lados, por cualquier sitio donde un vampiro como Laín podría refugiarse, pero sabía que no lo lograría encontrar en poco tiempo.

Se llevó horas buscando y limpiando el lugar de monstruos que pudieran acercarse al pueblo y destruirlo con su magia negra. Seguía corriendo, en busca del guardián, hasta que algo le tomó de la pierna y le hizo caer al suelo. Iba a girarse a atacar con su hacha pero aquella figura le hizo parar el ataque. Laín, era él, finalmente. Un Laín herido y totalmente débil, a Henzo se le hacía un nudo en la garganta con solo verlo así.

— ¡Laín! - se arrastró con rapidez y fue con él, posando sus manos en sus hombros y viendo cómo su cuerpo estaba herido.- Te voy a sacar de aquí.

Comenzó a levantarlo con cuidado, haciendo que el guardián le rodeara con su brazo. Comenzó a caminar lentamente y a la velocidad de Laín, que por cierto no decía ninguna palabra.

— Siento haberte dejado aquí. Los imbéciles de mis camaradas te han dejado totalmente vendido. ¿Estás bien a pesar de tus heridas? - le preguntó mirando como el de cabellos blanquecinos respiraba de forma entrecortada.

— Si.- dejó escapar en un débil aliento. Miró hacia delante, viendo como una horda de monstruos estaba yendo hacia su posición. Extendió su mano, llenando esta de su poder y haciendo que a cada uno de ellos le volaran los sesos. Henzo veía más poder que nunca, no había visto casi nada de su fuerza…Ahora estaba viendo lo mínimo.

— Si tan fácil te es acabar con ellos, ¿quién te dejó así? - le preguntó su ayudante a la vez que se agachaba para tomar el cuerpo del rey que estaba desplomándose debido a las heridas y el poder usado. Este mismo comenzó a toser y rodeó con ambos brazos el cuello de su compañero para no caerse.

— Mi…mi madre.- logró decir cuando tenía un poco de fuerzas.

El castaño gruñó al escuchar salir de su boca a la mujer. Era una persona malvada si era capaz de hacerle eso a sus hijos, ¿diosa? Eso eras más un demonio.

— Estás débil, deberíamos de descansar en un lugar seguro.- informó Henzo mirando alrededor. Nada se sentía seguro.

— L-la luz los repele.- el albino comenzó a toser de forma descontrolada, tanto que sus heridas en su abdomen comenzaban a dolerle aún más.

El consejo le serviría al castaño. Este posó a su señor en un árbol y comenzó a crear una fogata para mantenerlos totalmente alejados. Miraba a Laín de vez en cuando, este cerraba sus ojos en busca de un descanso. Suspiró algo cansado, se llevó horas corriendo y sin rumbo, también se merecía un descanso.

— Déjame ver eso.- Henzo se arrodilló al lado derecho de Laín y comenzó a desprenderse de los hermosos ropajes reales del peliblanco. 

Tenía varias heridas en los costados y en su lado izquierdo, cerca del pecho. Tocó en este último sitio con delicadeza, frunciendo el ceño al ver el sitio tan concreto en el que estaba el corte.

Guardianes: Original storyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora