— El truco para dejarte llevar es aclarar tu mente, dejarte llevar por la magia y sentirte libre.- el peliblanco caminaba con sus manos en las espaldas mientras el castaño estaba sentado en el suelo con los ojos cerrados. Se encontraban en un bosque, apartado de la ciudad.- Palabras provenientes de mi hermano y las que me hicieron despertar un poco de mi poder.
Las manos de Laín se posaron en los hombros de Henzo y se puso en cuclillas para verle mejor. El hombre lucía tranquilo e incluso más cuando notó a Laín a su lado.
— Tómate tu tiempo. El poder del animal místico tiene paciencia, puede esperarte toda una vida. Mira hacía tus adentros…Ve hacia la cueva del lobo nocturno, acaricialo, gánate su afecto y confianza.
El espíritu interior de Henzo le decía a cada momento que saliera. Tantos años teniendo poderes dentro de él y en ningún momento pudo desatarlos…No era una persona a la que le apasionara la magia, por eso nunca se esforzó en desempeñarla. Pero ahora que estaban en apuros necesitaba más que nunca soltar su potencial, usar aquellos poderes, aprovechar la bendición que una vez la diosa de todo y todos le otorgó. Estaba en aquella cueva, oscura, fría. Notaba las dulces caricias que Laín le daba para tranquilizarlo, cosa que lograba. Sus puños se empezaron a sentir tensos, como si algo tirara de ellos. Notó un movimiento leve bajo sus pies que le desconcentró un poco, haciendo que abriera sus ojos para ver que no estaba en el lugar en el que antes estaba arrodillado.
— ¡Ahí lo tienes! - la voz de Laín se escuchaba lejana. Entrecerró sus ojos para ver a la distancia a su señor que mágicamente desapareció y en cuestión de un segundo apareció a su lado.- ¡Lo has logrado, querido!
Los brazos de su señor lo rodearon en un fuerte abrazo. Reía, una risa tan pura que le erizó la piel al castaño. Una risa que hacía demasiado tiempo que no escuchaba salir de aquél vampiro. Con fuerza Henzo correspondió a su abrazo y se tiró hacia atrás para aumentar la fuerza. Allí donde los veías, reían como niños pequeños, ilusionados y emocionados.
— ¿Qué ha pasado? - se separó para mirar a Laín que estaba encima suya mirándole con una sonrisa de oreja a oreja. Dejando mostrar aquellos hermosos colmillos que adornaban su feliz rostro.
— Has logrado hacer un truco bastante difícil para los principiantes, la teletransportación. Creía que ibas a dejar mostrar un mínimo de tu poder, ¡pero has logrado más! Estoy muy orgulloso de tí.- se apoyó en su pecho dándole otro abrazo no sin antes besarle en la mejilla.
Henzo estaba sin palabras, aquella ráfaga de alegría le venía por sorpresa. ¿En serio había logrado tanto? No lo sabía con exactitud, pero las palabras de Laín hacían que su corazón latiera rápidamente y su pecho se encogiera. Acarició el pelo del albino y sonrió con levedad. La emoción del guardián le hacía estar más feliz que lo que acababa de hacer. Laín se levantó y le dió su mano para ayudarlo a levantarse, limpió sus prendas y se acomodó la corbata. A pesar de estar en mitad de un bosque debía de ir de punta en blanco. “Antes muerto que ir mal vestido” se dijo Henzo para sus adentros.
— Vamos poco a poco, Henzo. Ya sabemos que puedes materializar tu poder, ahora solo falta que te desenvuelvas. Tranquilo, tiene su tiempo, iremos poco a poco.
Laín le sonrió y se dirigió hacia el lugar donde estaban antes, seguido de su ayudante. Al llegar, ambos se agacharon para tomar las armas que Henzo había llevado porque, si algo era Henzo, era tradicional. Prefería luchar con armas antes que con magia. El albino se quedó agachado mirando hacia su izquierda, unos pasos, se escuchaban unos pasos. Al igual que una melodía que no se distinguía entre silbidos de persona o del viento. El castaño tomó su hacha, frunciendo el ceño porque él también lo había escuchado. Pero su señor fue más rápido, tiró una de sus dos hachas hacia el lugar, sorprendentemente quedando en un sitio de forma estática, escuchandose el sonido de alguien atrapándola.
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Guardianes: Original story
FantasyUn mundo dividido en seis naciones que parte de un reino llamado Kosmos, el reino de todos los reinos. Mitéra, la reina de este reino, deja a sus seis hijos y a sus ayudantes al mando del mundo. Cada uno reinando una nación distinta durante el resto...